Domingo de Pentecostés (Junio 4, 2017)

Domingo de Pentecostés (Junio 4, 2017)

El gran amor y los cuidados de Dios nuevamente se manifiestan en la Fiesta del Pentecostés. El hecho de que el Espíritu Santo viva en nosotros es un factor esencial para la espiritualidad de San Francisco de Sales.

El amor es lo que da vida al corazón. El Espíritu Santo, que nos ha sido otorgado, vierte el amor divino sobre nuestros corazones. El Espíritu es como una fuente de agua viviente que fluye en cada parte de nuestros corazones y va extendiendo su gracia. La gracia posee el poder de atraer nuestros corazones. A través del Espíritu Santo, Dios despierta y aviva nuestros corazones para que se percaten de su bondad. Muchas veces necesitamos que se nos despierte y se nos lleve de la mano para que hagamos uso apropiado de nuestra fuerza y talentos.

Si queremos sentir la presencia del Espíritu Santo en nosotros debemos deshacernos de nuestros caprichos y acomodar nuestra voluntad a la voluntad de Dios. Debemos ser como la arcilla en manos del alfarero, para que Dios pueda moldearnos y llevarnos por el sendero de la verdadera salud espiritual. Aun cuando no podemos impedir que Dios inspire nuestros corazones, todos poseemos el poder para rechazar el deseo que tiene Dios de amarnos. Del mismo modo el Espíritu Santo no tiene deseo alguno de obrar en nosotros sin nuestro consentimiento. Pero, si llegamos a consentir aunque sea mínimamente a las inspiraciones de Dios, qué felicidad obtendremos!

El fruto único del Espíritu Santo, que es el amor divino, nos llena de dicha interior y de consuelo, al mismo tiempo que llena nuestro corazón de una paz que perdura aun en medio de la adversidad, por medio de la paciencia. El amor sagrado nos hace amables y gentiles, y a la hora de ayudar a los demás lo haremos con una bondad sincera hacia ellos. Esa bondad, que proviene del Espíritu Santo, es constante y perseverante, y nos provee de un coraje duradero que nos hace afables, agradables y considerados con los demás. Esto hace que soportemos los cambios de su estado anímico y sus imperfecciones. Llevaremos una vida simple que será testimonio de nuestras palabras y acciones. El amor divino es la virtud de todas las virtudes. Apreciemos y cultivemos al Espíritu que habita en nosotros, para que el amor de Dios pueda reinar ahí también.

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales y Juana de Chantal).