Tercer Domingo de Adviento (Diciembre 11 de 2016)

Tercer Domingo de Adviento (Diciembre 11 de 2016)

Las lecturas de hoy nos revelan que la misión de salvación de Dios se logra a través de Jesucristo, quien ha establecido el reino de Dios en la tierra. San Francisco de Sales hace la siguiente observación:

En el Evangelio de hoy San Juan Bautista orienta a sus discípulos, no hacia sí mismo, sino en dirección a Jesús. La misión de Jesús era ser el Salvador. Él, como verdadera Luz de la Justicia, iluminó la senda de la Iglesia con el esplendor de Su vida. El descendió a la humanidad para llenarnos de Su divinidad, saciándonos con su bondad, elevándonos para que fuésemos dignos de él, y otorgándonos la existencia divina de los “hijos de Dios”. El constantemente levanta el lento y pesado espíritu de los pobres y los humildes, entregándoles Su propio Espíritu para que puedan lograr grandes cosas.

Nuestro Salvador nos enseña que no es suficiente llamarnos cristianos. Debemos vivir de tal forma que los demás puedan reconocer en nosotros, sin lugar a dudas, a personas que aman a Dios con todo su corazón. Al igual que Juan Bautista, los verdaderos siervos de Dios hacen uso de sus palabras y sus obras para guiar a los demás por la senda que conduce a ÉL. Pongamos atención al ejemplo que nos da Juan Bautista. El nos ensena que lograr un verdadero éxito en esta vida consiste en orientar a los demás, no en dirección nuestra, sino en dirección a Cristo. Una vez en Su compañía, los demás, al igual que nosotros, debemos aprender a hacer lo que sea necesario por Su amor y a su servicio, para así poder lograr estabilidad.

San Juan Bautista fue una roca imperturbable en medio de las olas y las tempestades que generan las aflicciones. El demostraba la misma alegría tanto en el invierno de las amarguras, como en la primavera de la paz. Nosotros por el contrario somos como juncos que se dejan revolver por cualquier emoción o cambio en nuestro estado de humor. Nos dejamos agitar por los vientos de la riqueza, los honores, y las comodidades. En lo que a las cosas terrenales se refiere podemos decir, “tengo una cantidad moderada, tengo lo suficiente”. Pero en cuanto a los bienes espirituales, jamás tendremos suficiente. Al igual que Juan Bautista, inclinemos nuestros corazones para recibir el amor divino que Nuestro Salvador desea darnos. Es el amor de Dios lo que permite que llevemos el reino de Dios a los demás, para que reine allí la misericordia, la justicia y la paz.

(Adaptación del libro Sermones de San Francisco de Sales de L. Fiorelli, ediciones)