Tercer Domingo de Adviento (Diciembre 16, 2018)

Tercer Domingo de Adviento (Diciembre 16, 2018)

En las lecturas del Evangelio de hoy continuamos escuchando las palabras de Juan Bautista quien nos urge a la conversión. El nos dice que debemos compartir nuestra abundancia, que debemos hacer uso del sentido de la integridad en el transcurso de nuestras actividades diarias, y que debemos saber con certeza quiénes somos y quién es nuestro Mesías. San Francisco de Sales dice:

Juan Bautista ama demasiado la verdad como para dejarse llevar por la ambición. El va informando a quienes han venido a verle que él no es el Mesías. El nos dice que debemos examinar nuestras acciones y, en ese proceso, reformar aquellas que no encierran buenas intenciones y perfeccionar aquellas que si las tienen.

Juan Bautista era una piedra firme. El era un hombre poseído por una estabilidad inquebrantable en medio de circunstancias cambiantes. El tiene el coraje para admitir quien es. Aquel que se conoce a si mismo verdaderamente jamás se molesta cuando es apreciado y tratado por lo que es. Cuando Dios nos otorga la luz para que podamos conocernos como somos realmente, esta es una señal de un gran proceso de conversión interior.

Ser un cristiano es el título mas hermoso que podemos dar a los demás. Aun así, no es suficiente que seamos llamados cristianos. Debemos vivir de una forma que haga posible reconocer claramente en cada uno de nosotros a una persona que ama a Dios con todo su corazón. Alguien que cumple con los mandamientos y que frecuenta los sacramentos, alguien que hace cosas que son dignas de un verdadero cristiano.

Cuando nos sabemos amados nos sentimos obligados a corresponder a ese amor. Esto mismo sucede cuando vivimos nuestra vida en Cristo. El amor sagrado de Cristo nos presiona de un modo especial para que nosotros compartamos nuestra abundancia con los demás. La compasión hace que compartamos los sufrimientos, los dolores y las aflicciones de aquellos a quienes amamos. Madres y padres sufren a causa de las aflicciones de sus hijos. Entre más aumenta nuestro amor por alguien, más profunda se hace nuestra preocupación por su bienestar. Lo acompañamos en su sentimiento, bien sea de alegría o de tristeza. Nuestro objetivo es actuar con una única intención: ajustarnos a la imagen verdadera de Dios en nosotros. Por que la razón por la cual Jesús vino al mundo fue para mostrarnos nuestro yo verdadero en Dios.

(Adaptado de los escritos de San Francis de Sales).