Trigésimo Segundo Domingo en el Tiempo Ordinario (6 de Noviembre de 2016)

En el Evangelio de hoy Jesús nos revela que los hijos de Dios se levantarán de nuevo. Nos levantaremos porque nuestro Dios no es Dios de los muertos sino de los vivos. San Francisco de Sales nos dice lo siguiente:

En esta vida mortal no debemos buscar nada que sea incomparablemente perfecto. Nuestros corazones tienen una sed que no puede ser saciada por los placeres de esta vida mortal. Si son moderados, los placeres más preciados y apetecidos no nos satisfacen. Si son extremos, nos sofocan y se vuelven perjudiciales. Solo las aguas de la vida eterna que el amor de Dios nos ofrece pueden satisfacer nuestra sed y acallar nuestros deseos.

Dado que el amor de Dios es superior al nuestro, Él deseo convertirse en uno de nosotros para mostrarnos lo que debemos hacer para vivir eternamente. Depositar nuestro amor en Jesucristo es depositar nuestras vidas en Él. El fruto del racimo depende de la cepa a la cual está unido. Así pues, nuestra vida en Cristo nos aviva y nos anima por medio de un amor saludable. A través del amor sagrado que el Espíritu Santo infunde en nuestros corazones, somos capaces de realizar obras sagradas que nos conducen a la gloria inmortal.

Sin embargo, en esta vida mortal el ejemplo de Jesús nos muestra que nuestra salvación es un recorrido hacia la plenitud en Cristo. Soportar lesiones, contradicciones e incomodidades de la manera pacífica en que lo hizo Jesús es lo que nos asegura la eternidad. Una onza de paciencia adquirida a lo largo de una temporada de pruebas vale más que diez libras adquiridas en cualquier otra temporada. Si sienten que su corazón está perturbado, reflexionen sobre la paciencia y oblíguense a practicarla fielmente. Si sienten que su corazón está agitado en esta temporada, sujétenlo con la punta de sus dedos y colóquenlo de vuelta en su sitio. Entonces digan, “Alégrate, mi querido corazón”. Las grandes obras son el resultado de la paciencia y de la duración del tiempo. Tengan coraje. El Dios de los vivos siempre nos acompaña para que podamos volver a levantarnos en Cristo.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)