Trigésimo Segundo Domingo en el Tiempo Ordinario (Noviembre 12 de 2017)

Trigésimo Segundo Domingo en el Tiempo Ordinario (Noviembre 12 de 2017)

En el Evangelio de hoy Jesús nos dice que quienes experimentan el reino celestial son sabios y prudentes. San Francisco de Sales nos ofrece las siguientes observaciones al respecto:

Los buenos cristianos, quienes viven en este mundo materialista, deben hacer uso de la prudencia para poder mejorar su situación. Deben dedicarse al cuidado de sus familias y a atender las necesidades. Si actuaran de otra manera estarían faltando a sus responsabilidades. Aún así, los buenos cristianos también confían en la sabiduría de Dios, por encima de sus habilidades propias. Ellos trabajan fielmente, pero permiten que Dios se preocupe por sus trabajos. Las obras que realizan resultan insignificantes, si tienen en cuenta tan sólo el hecho de que la dignidad de dichas obras se debe a que han sido establecidas por la voluntad de Dios, dispuestas por la Providencia, y proyectadas de acuerdo a Su sabiduría. La sabiduría de Dios es el amor que EL siente por nosotros.

Aún así, el problema del espíritu humano es que éste casi nunca escoge mantenerse en un curso neutral sino que usualmente opta por irse a los extremos. Podemos preocuparnos demasiado por nuestro bienestar, o ser totalmente indiferentes al respecto. Cuando nos empeñamos en tratar de seguir siempre por un camino recto, es natural que de vez en cuando nos inclinemos hacia un extremo u otro. Podemos recobrar nuestro equilibrio si escogemos la sabiduría y la prudencia de Dios, porque éstas nos acercan a Su amor, y nos ayudan a rechazar todo aquello que nos pueda hacer mal.

No permitamos que los deseos terrenales se interpongan en el camino de la sabiduría amorosa de Dios. En la medida en que reorganicemos nuestras vidas por medio de la oración y de la práctica de las virtudes, nos daremos cuenta de que el amor de Dios nos dará la fuerza para actuar equilibradamente, y para que nuestros esfuerzos por vivir sabiamente sean fructíferos. Debemos ser como los niños que con una mano se aferran a sus padres, mientras que con la otra arrancan moras de las zarzas. Así entonces, si con una mano ustedes manejan los bienes de este mundo, con la otra deben sujetar siempre la mano de su Padre celestial, cuya amorosa sabiduría nos proporciona infinidad de medios para que podamos entrar en el reino de los cielos.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)