Vigesimoséptimo Domingo en el Tiempo Ordinario (8 de Octubre de 2017)

Vigesimoséptimo Domingo en el Tiempo Ordinario (8 de Octubre de 2017)

En las lecturas del Evangelio de hoy Jesús nos dice que el Reino de Dios le será otorgado a aquellos que caminan por la senda del Señor, que es la senda de la verdad y del amor sagrado. San Francisco de Sales ahonda un poco más sobre este tema cuando nos dice:

¡Qué felices seremos si amamos esa divina Bondad que ha dispuesto tales favores y bendiciones para nosotros! Dios se convirtió en uno de nosotros para que pudiésemos ser como EL. Nuestro Salvador nos dio Su vida, no sólo para que curáramos a los enfermos, para que obráramos milagros, y para enseñarnos lo que debemos hacer para poder llevar una vida llena de alabanza y salud. El también dedico su vida entera a moldear Su propia cruz, soportando los insultos de todos aquellos por quienes hizo tanto bien. El escogió dar Su vida por Su pueblo, que ultimadamente lo rechazó.

Vivir en nuestro mundo, y vivir en contra de los valores culturales que enfatizan la necesidad de poseer riquezas materiales, que exaltan la ambición egoísta y el poder, equivale a nadar contra la corriente del río de esta vida. Sin embargo, nosotros podemos deshacernos de todas estas pasiones desordenadas si ponemos en práctica la gentileza interior, la humildad, la sencillez, y por encima de todo, el amor sagrado. Cuando desechamos todo aquello que habita en nosotros, que no proviene de Dios, estamos haciendo un esfuerzo por llevar una autentica vida humana de verdad y amor sagrado. Dado que nadie puede alcanzar una vida así sin la ayuda de Dios, esa vida requiere que continuamente nos apartemos de nosotros mismos para recibir la bondad que EL nos ofrece. Quienes escogen el amor divino de Dios viven por encima de sus deseos egoístas: ya no viven por ellos mismos, sino que viven en, y por el Salvador.

Las abejas primero son larvas, pero abandonan dicho estado para poder convertirse en abejas voladoras. Nosotros hacemos lo mismo. Si llevamos una vida de gracia, lograremos una nueva existencia humana más sublime de la que teníamos antes de que aceptáramos el amor de Dios. Esta nueva vida de amor celestial anima y revive nuestra alma. Entonces, con la ayuda de Dios, adquiriremos la capacidad de dedicar nuestra existencia a caminar por la senda del amor divino. Como los hijos más queridos de Dios, podremos cosechar generosamente los frutos de la verdad y del amor sagrado que se encuentran en el Reino de Dios.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, en especial los Sermones, L. Fiorelli, Ediciones)