Vigésimo Domingo en el Tiempo Ordinario (Agosto 18, 2019)

Las lecturas de hoy nos recuerdan algunas de las pruebas que debemos soportar para poder formar parte del Reino del Señor. San Francisco de Sales nos dice que estas pruebas no deben asustarnos. Nuestra fe en la verdad de la palabra de Dios nos dará la victoria sobre nuestros enemigos.

Todo lo bueno del ser humano es resultado de perseverar en la verdad en vez de abandonarla. Todo lo bueno que tenemos consiste en que aceptemos la verdad de la palabra de Dios, y de nuestra perseverancia en ella. Es posible que esto implique que tendremos que sufrir para poder compartir en el Reino del Señor. Sin embargo, si nos armamos con el escudo de la verdad y de la fe venceremos valientemente a nuestros enemigos, porque nuestra fuerza proviene de Dios y no de nosotros mismos.

El miedo es el primer enemigo que debemos enfrentar cuando nos decidimos a servir a Dios. Pensamos que la santidad nos exige demasiado y decimos, "¡Por Dios, hay que ser perfecto para vivir una vida santa! Es una meta demasiado alta para mí. No puedo lograrlo. Jamás podré hacerlo”. ¡No hay que abrigar la vana esperanza de querer ser santos en tres meses! Piensen en la cobardía que mostró Pedro al momento de la crucifixión. Tengan siempre presente en sus mentes que todos podemos ser tentados. No le teman ni a la tentación ni a quienes buscan tentarlos. Ellos no tendrán poder alguno sobre ustedes, siempre y cuando ustedes porten el escudo de la fe y la armadura de la verdad. Es nuestra fe en la verdad de la palabra de Dios lo que nos mantiene firmes en nuestro propósito de servirle de la manera más generosa y perfecta que nos sea posible en esta vida.

No sientan miedo de no poder llevar a cabo la obra que Dios les ha llamado a realizar. Ustedes están armados con la verdad de Dios. Su Palabra los fortalecerá para que insistan en hacer lo que sea necesario para lograr su bienestar y felicidad, siempre y cuando ustedes se mantengan en la senda con humildad y cumpliendo con las prácticas religiosas. ¡Felices aquellos que cuentan con la verdad de Dios, porque ésta será su escudo contra las flechas de sus enemigos y les dará la victoria!

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Décimo Noveno Domingo en el Tiempo Ordinario (Agosto 11, 2019)

Las lecturas de hoy nos exhortan a ser siervos fieles de Nuestro Señor. Este es un tema recurrente en los escritos de San Francisco de Sales:

Las Escrituras nos dicen que debemos aferrarnos fuertemente a lo que tenemos. Aún así, nosotros somos como los corales que fácilmente se doblan por el movimiento de las corrientes marinas. Como aún habitamos en el mar de este mundo, somos propensos a doblarnos por lado y lado – de un lado por el amor divino, y del otro lado cediendo ante la tentación que representan los bienes que, aunque vacíos, aparentan ser benéficos.

Estos supuestos bienes son como zorros que se encargan de destruir nuestro viñedo; mientras que el amor divino nos urge a que hagamos de nuestro corazón un lugar fértil, por medio de las buenas obras. Por consiguiente debemos emplear nuestra mente en la práctica del amor sagrado, para que esos supuestos bienes no ejerzan su influencia sobre nosotros. La voluntad de Dios no es protegernos de los falsos bienes. Por el contrario, EL desea que practiquemos el amor sagrado más plenamente, resistiendo la tentación que estos representan. Lo que EL desea es que combatiendo obtengamos una victoria, y que por medio de una victoria obtengamos un triunfo.

Siempre habrá bienes falsos, como la riqueza y los honores, que despiertan la avaricia en nosotros. Si mantenemos nuestra fe enfocada en la Palabra de Dios podremos, ella distinguirá entre los bienes verdaderos por los cuales debemos trabajar, y los falsos que debemos rechazar. Nuestra fe hará que se encienda en nosotros una alarma ante la aparición de un bien falso, por más atractivo que este parezca. Inmediatamente el amor divino rechazará esa falsedad, ya que nuestra fe nos permite ver aquellas cosas que son realmente eternas.

Continuemos perteneciendo a Dios, aún en medio de las múltiples ocupaciones que implican la diversidad de cosas terrenales con las que hemos de lidiar. ¿Qué mejor oportunidad para ofrecer testimonio de nuestra fidelidad, que en los momentos en que todo nos sale mal? Las dificultades nos dan la oportunidad de poner en práctica nuestras virtudes y nuestra confianza en Dios quien desea asistirnos si tan sólo solicitamos su ayuda. ¡Qué felices seremos si viajamos por la vida, y dejamos los brazos de Nuestro Señor sólo para caminar, y para hacer todo lo posible por poner en práctica las virtudes y las buenas obras, siempre tomados de la mano de Nuestro Salvador!

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Décimo Octavo Domingo en el Tiempo Ordinario (Agosto 4, 2019)

En el Evangelio de hoy Jesús nos recuerda lo perjudicial que es que hagamos de nuestros éxitos materiales, y de nuestros placeres, las principales prioridades en nuestras vidas. San Francisco de Sales nos enseña cómo podemos re-direccionar estos afectos de forma que “podamos enriquecernos con las cosas que realmente interesan a Dios”:

A veces pareciera que jamás tenemos lo suficiente para satisfacer nuestros deseos. Incluso aún, siendo conscientes de que las riquezas, y las posesiones terrenales, sólo representan poderosas tentaciones que gradualmente van dilapidando nuestro corazón si nos aferramos a ellas de manera excesiva. Más aún, el cuidado que debemos tener para poder preservar e incrementar nuestro capital, y nuestros bienes materiales, agota nuestra energía. Aun así, yo quiero inculcar en sus corazones la riqueza junto con la pobreza. Encárguense de incrementar su riqueza y sus recursos, pero háganlo de forma justa, apropiada, y caritativa. Ustedes deben asegurarse, aún más que las personas de mundo, de que su propiedad sea rentable y fructífera.

Nada nos hará prosperar más en esta vida que dar limosna a los pobres. Dios nos retribuirá, no sólo en el próximo mundo sino también en este. Nuestras posesiones no son nuestras. Son un regalo de Dios quien desea que las cultivemos, y que las hagamos productivas y rentables, para el reino de Dios entre nosotros.

Cuando trabajamos para obtener un beneficio terrenal, y nos regimos por el amor pacífico de Dios, hacemos nuestra labor con cuidado, calmadamente, afablemente y agradablemente. Esta manera gentil y simple de actuar nos conduce al amor divino. El amor divino jamás dirá que bastante es suficiente. El amor sagrado anhela contar con el coraje necesario para progresar por la senda de la verdadera felicidad. Ustedes pueden poseer riquezas materiales sin necesidad de envenenarse con ellas, si tan sólo se limitan a dejarlas en sus casas y sus carteras, y no en sus corazones. Es de esta forma que viviremos con humildad espiritual en medio de la riqueza. En conclusión, en vez de dejarse cautivar por los bienes terrenales, permitan que su espíritu humano, que ya está encaminado al cielo, emigre rumbo a la bondad de Dios; quien sana y otorga sabiduría al corazón humano cuando este se abre al recibimiento del amor divino.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Décimo Séptimo Domingo en el Tiempo Ordinario (Julio 28, 2019)

Las lecturas de hoy nos urgen a que oremos diariamente cada vez que sintamos verdadera necesidad de Dios, ya que El desea satisfacer nuestras necesidades. He aquí algunos de las muchas reflexiones de San Francisco de Sales respecto a la oración:

Nuestro buen Amo claramente nos enseña, a través del Padre Nuestro, que primero debemos orar para que Dios sea reconocido y venerado por todos. Seguidamente, debemos pedir por eso que es fundamental para nosotros, la llegada del Reino de Dios. El Reino es el principio y el fin de nuestra existencia. Todos deseamos habitar en el cielo. Paso seguido, oramos para que se haga la voluntad de Dios. Una vez hayamos hecho estas peticiones Nuestro Señor deja en claro que debemos orar por el pan de cada día, todos los días.

Durante la oración Dios entra en el jardín de nuestra alma y siembra allí el amor divino. Con el tiempo, a medida que vamos cultivando, por medio de la oración, lo que Dios ha plantado en nuestros corazones, vamos también adquiriendo confianza en la evolución de nuestra amistad con EL. Nuestra amistad florecerá de forma tan entrañable, que incluso podremos pedir a Dios que nos otorgue todo lo que deseamos. Entonces, del mismo modo en que alabamos a Dios en la oración, también le pedimos por todo aquello que es bueno. Podemos pedir cualquier cosa a Dios, con la única condición que aquello que pidamos sea conforme a Su voluntad, y enaltezca Su gloria.

Durante la oración Dios nos otorga todos los buenos pensamientos que necesitamos para poder alcanzar la plenitud. La oración nos enseña cómo llevar a cabo cada una de nuestras acciones correctamente. Cada acción llevada a cabo por aquellos que veneran a Dios, es una oración continua. Quienes dan limosnas, visitan a los enfermos, y ponen en práctica las buenas obras, están orando. Ellos son voces que alaban a Dios con sus buenas obras.

El objetivo de la oración es desear solamente a Dios. Nuestro Salvador desea sembrar en nosotros abundante gracia y bendiciones, e incluso Su corazón, completamente encendido y ardiendo con un amor incomparable por nosotros. Confesemos a Dios nuestros deseos cuando estemos en presencia Suya, para que El pueda transformarnos totalmente en Si Mismo. ¿Cómo no abrir nuestros corazones durante la oración, para permitir que el Espíritu Santo pueda inundarlo de amor divino?

(Adaptación de los Escritos de San Francisco de Sales)

Décimo Sexto Domingo en el Tiempo Ordinario (Julio 21, 2019)

Las lecturas de hoy nos exhortan a escuchar la Palabra de Dios. San Francisco de Sales hace varias reflexiones sobre la importancia de escuchar, activamente, la Palabra de Dios. He aquí algunos de sus pensamientos:

Marta se mostraba ansiosa y molesta por varias cosas, mientras que a María nada le importaba más que escuchar las palabras de Jesús. Nuestro Señor reprendió a Marta por el hecho de estar tan ansiosa, no porque ella estuviera preocupándose de atender Sus necesidades. Marta tenía motivaciones encontradas. Por una parte deseaba servir a Nuestro Señor. Por otra parte, al ocuparse con tantas tareas a la vez, dejaba en evidencia su preocupación por ser vista como la anfitriona perfecta. Jesús deseaba que Marta lo escuchara, del mismo modo en que María lo estaba haciendo, y para ello un platillo bien preparado hubiese sido suficiente para satisfacer Sus necesidades.

Nuestro Señor deja muy en claro que no solamente debemos escuchar Sus palabras, sino que también debemos escucharlas con la intención de convertirlas en un beneficio para nosotros mismos. Para poder sacar un beneficio de la Palabra de Dios, debemos permitir que esta nos conmueva en lo más profundo de nuestro corazón. Sólo cuando escuchamos la Palabra de Dios con nuestro corazón logramos recibir buenas inspiraciones. El corazón se aviva y adquiere nueva fuerza y vigor.

Aun así, es difícil escuchar la Palabra de Dios con el corazón cuando este está lleno de ansiedad. Dios siempre se preocupa por Sus criaturas, pero de manera pacífica, y con tranquilidad. Sin embargo, nuestra preocupación y cuidados siempre presentan cierta tendencia hacia la ansiedad. Los pájaros usualmente se quedan atrapados en las redes porque se ponen a aletear alocadamente. Del mismo modo sucede con nosotros cuando deseamos escapar a la ansiedad. Decídanse a no obrar en función de sus deseos, por más obstinados que estos sean, hasta que sus mentes no hayan recobrado la paz. Pónganse en manos de Dios con gentileza. Traten, calmadamente, de moderar sus deseos de acuerdo a lo que les dicte la razón. Nuestra vida consiste en el hoy; este momento presente que estamos viviendo. Utilicen con sumo cuidado todo aquello que les ha sido otorgado. Libérense de cualquier otra preocupación y dejen todo en manos de Nuestro Señor. Su compasión y preocupación por nosotros nos proveerá todo lo necesario para satisfacer nuestras necesidades, siempre y cuando permanezcamos atentos a Sus palabras e inspiraciones.

(Adaptación de los Sermones de San Francisco de Sales de L. Fiorelli, ed.)

Décimo Quinto domingo en el Tiempo Ordinario (Julio 14, 2019)

Hoy recordamos que Jesús es la manifestación de Dios quien tanto desea nuestro amor, que hemos sido mandados a amarlo con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra fuerza y con toda nuestra mente. San Francisco de Sales ofrece la siguiente reflexión:

Dios ha sembrado en el corazón humano una inclinación especial y natural a amar el bien en general. Del mismo modo sembró en nosotros el deseo de amar Su bondad, que es mucho mejor y más amorosa que todas las cosas. El deseo de Dios de obtener nuestro amor es tan grande que hemos sido mandados a amarlo con toda nuestra fuerza. Por ello no tenemos pretexto alguno para dejar de amar la bondad infinita de Dios, la cual anima todas las almas. Cuando los mandamientos son decretados por amor le otorgan bondad a aquellos no la tienen, e incrementan la bondad en quienes ya la poseen. La ley del amor de Dios nos va quitando el desanimo a medida que refresca y reestablece nuestros corazones. Hacer lo que amamos no es un trabajo duro, pero aún si lo fuese, sería un arduo trabajo que no obstante amaríamos.

Las águilas tienen corazones fuertes y una gran capacidad de vuelo, pero su vista es mucho más poderosa que su destreza al volar. Es por ello que su vista se extiende mucho más allá, y mucho más rápido que sus alas. Del mismo modo nuestra razón nos hace conscientes de que la bondad de Dios es amorosa por sobre de todas las cosas. Pero nuestras mentes poseen más luz para discernir que Dios merece nuestro amor, que fuerza de voluntad para amar Su bondad. Por consiguiente, nuestro deseo natural de profundizar en el amor a Dios se ve truncado cuando los apetitos y sentimientos egoístas despiertan en nosotros.

Nuestro corazón humano produce de forma natural algunos inicios de amor a la bondad de Dios. Pero cualquier progreso en relación al objetivo de amar a Dios por sobre todas las cosas, es algo que se genera únicamente en los corazones que son asistidos y animados por la gracia divina. Aún así, si cooperamos fielmente con nuestra inclinación natural a amar a Dios por encima de todo, Su divina misericordia gentilmente nos proveerá toda la ayuda necesaria para que aprendamos a amar de forma divina.

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales)

Décimo Cuarto Domingo en el Tiempo Ordinario (Julio 7, 2019)

Las primeras lecturas para el día de hoy hacen énfasis en la providencia de Dios, y en la necesidad de recibir la cruz de Jesús (nuestros compromisos) si queremos ser partícipes de nuestra nueva creación en Cristo. He aquí algunas de las reflexiones de San Francisco de Sales sobre el valor de la sencillez a la hora de imitar a Cristo:

Nuestro Salvador vino a hacer de la humanidad una nueva creación (IDL 1:10). El amor puro se convierte en el objetivo principal que Dios propone a la hora de crear a la humanidad. La totalidad del cosmos existe para exaltar a Dios, y nosotros, que somos la perfección dentro del cosmos, llegamos a entender este objetivo divino a medida que profundizamos en el amor a Dios. Jamás podremos complacer un mundo cuyo centro no sea Dios, a menos que nos perdamos junto con ese mundo. No importa lo que hagamos, un universo sin Dios se volverá en contra nuestra. Dejemos que este mundo ciego nos llame a gritos todo lo que quiera, como un gato castañea los dientes y maúlla para asustar a los pájaros durante el día. San Francisco de Sales: El hombre, el Pensador, Su Influencia, E.J. Lajeunie, O.P. Los verdaderos valores son firmes y constantes (IDL).

Sean sencillos en el cumplimiento de sus labores. No se dejen amargar ni deprimir por pequeñeces que no tendrán relevancia alguna en la eternidad. Lleven la vida en sus hogares con gentileza, amabilidad y caridad. Ojala que puedan alcanzar la dicha sagrada, y que su felicidad sea tal que les permita apartar un lugar de descanso para aquellas almas que han de alabar a Dios por siempre. Alaben a este buen Dios con amor, con todo su corazón, ya que este es el llamado sagrado que se les ha hecho, y ofrezcan a Dios el fruto que El desea encontrar en ustedes.

No demuestren desilusión si las cosas no se dan con la prontitud que desean. Dejen eso en manos de Jesús. El pan diario jamás les faltará desde que cumplan con la voluntad de Dios. Saben muy bien que la perfección no consiste en hacer cosas fuera de lo común, sino en la práctica de virtudes sólidas y verdaderas, en mantener plena confianza en Dios, en la amistad, en la compasión, en abrirnos, con prontitud y simplicidad, al cumplimiento de la voluntad de Dios (Joyas de Santa Juana de Chantal).

La sencillez no es nada más que un acto puro y simple de caridad. Como tal sólo tiene un objetivo y un deseo: amar a Dios (Conf. Coneiro, 96-7). La sencillez es una virtud. Las personas que son realmente sencillas pasan su tiempo con el Señor. Aprendan de la paloma cómo amar a Dios en la candidez de su corazón. Las palomas tienen una sola pareja por quien todo lo hacen. Ellas están muy seguras de su amor y se sienten felices al estar en su compañía. Todo esto para decirles que deben buscar en ustedes mismos la forma de incrementar el amor divino a través de la humildad de su corazón (Conf. Coneiro, 97).

La sencillez nos ayuda a expulsar de nuestros corazones toda preocupación, y la ansiedad que sentimos a medida vamos afianzando nuestros conocimientos sobre el arte de amar a Dios. La única manera de experimentar y de profundizar en el amor a Dios es haciendo aquellas cosas que lo complacen. La sencillez incluye todos los medios prescritos para que cada persona pueda obtener el amor de Dios, de acuerdo a su vocación individual. (Conf. Coneiro, 98)

La sencillez se opone a toda clase de sutileza, de trampas e hipocresía, que son tácticas que a veces utilizamos para engañar al prójimo. La sencillez requiere que nuestra disposición interior corresponda a nuestro comportamiento exterior. Esto no implica que debemos exteriorizar todo sentimiento que llevamos dentro. El amor de Dios requiere que admitamos aquellos sentimientos que nos inquietan, para que por medio de Su amor podamos transformarlos para que sirvan al buen propósito de Dios (Conf. Coneiro, 99-100). Con esto quiero decir que cuando cooperamos con la gracia de Dios a través del uso de la razón, y de nuestra libre voluntad, ese acto virtuoso de cumplir con la voluntad de Dios transforma todos nuestros sentimientos destructivos.

(Generar un nuevo yo requiere que nuestro antiguo yo deje de existir). Imaginen las abejas. Una vez que las abejas han succionado el jugo amargo del tomillo lo convierten en miel (IDL 1.2). Así mismo ocurre cuando hacemos cosas dolorosas para poder hacernos más santos, y por consiguiente enteramente humanos, como Dios desea que lo seamos (TLG). Entre menos egoístas seamos más creceremos y nos acercaremos al lugar donde encontraremos el amor de Dios (Conf. Coneiro, 101).

Una vez hayan sido enriquecidos con la virtud de la sencillez, y que hayan llevado a cabo una acción que, a su juicio, hayan sido llamados a efectuar, no piensen en nada más. Si por alguna razón experimentan cierta ansiedad al respecto dirijan sus pensamientos a Dios, para que su punto de referencia sea siempre el Creador y no las creaturas que los inquietan (Conf. Coneiro, 100). Los problemas en si no son pecado (Conf. Coneiro, 99-100).

No tiene sentido que gastemos una hora reflexionando sobre cada cosa que hacemos en nuestra vida con el pretexto de que estamos siendo prudentes (Conf. Coneiro, 101). La sencillez solo busca el amor de Dios y no desperdicia tiempo haciendo o comentando aquellas cosas que ha percibido como correctas. Si saben que algo es correcto sencillamente háganlo. Dios se encargará del resto. Una vez que hayan cumplido con su responsabilidad nada más ha de preocuparlos por que Dios no quiere esto. La humildad no vive detrás de sus palabras y acciones. Todo lo deposita en manos de Dios. Simplemente sigue su camino. Si a lo largo del camino encuentra oportunidades de poner en práctica la virtud lo hace con cuidado, y como una forma apropiada de alcanzar el destino final que es el amor de Dios. Se rehúsa a apresurarse. Se mantiene en calma y serena por que confía en que Dios está consciente de su deseo de complacerlo, y sabe que esto es todo lo que necesita (Conf. Coneiro, 103).

Por un lado se nos dice que debemos cuidar muy bien de nuestra perfección y nuestro progreso, y por el otro lado se nos dice que no pensemos en ello. La miseria del espíritu humano es que este nunca adopta una posición neutral, sino que usualmente cede a los extremos. Estos extremos son los que debemos evitar (Conf. Coneiro, p.103).

Es posible que no se nos presente la oportunidad de hacer grandes hazañas, pero hay pequeñas obras que podemos llevar a cabo en todo momento y con gran amor (TLG 12:6, 268).

La verdadera sencillez busca nuestro bienestar ya que permite que el espíritu de Dios sea quien nos guíe y dirija completamente (Conf. Coneiro, 109)\.

Décimo Tercer Domingo en el Tiempo Ordinario (30 de Junio de 2019)

En el Evangelio de hoy Jesús les llama la atención a sus discípulos quienes quieren imitar a Elías en su forma violenta de combatir el mal. Jesús siempre actúa por la vía pacífica. San Francisco de Sales ofrece la siguiente reflexión:

Hay personas que creen que sentir gran ira es requisito para poder sentir gran entusiasmo o fervor. Nuestro Señor hizo que sus discípulos entendieran que Su espíritu y Su fervor para erradicar el mal de este mundo siempre fueron gentiles y misericordiosos. Aún cuando es cierto que debemos odiar el pecado, debemos también amar al pecador. A continuación les contaré la historia de un monje del siglo VI que ilustra mejor este punto.

Hubo una vez en un pagano que convenció a un cristiano para que se volviera idólatra. Enfurecido por este acontecimiento Carpus, un obispo quien supuestamente era reconocido como un hombre que llevaba una vida de santidad, oró para que ambos hombres dejaran de vivir. Al ver que esto no sucedió se llenó de ira en contra de ambos y los maldijo. Nuestro Salvador entonces apareció ante Carpus, y lleno de misericordia por ambos hombres les extendió Su mano para ayudarlos.

Hasta cierto punto es justificable que la pasión de Carpus, o su fervor por lograr erradicar el mal, hayan despertado su ira. Pero una vez la ira despertó en él abandonó toda razón y todo el fervor que la generó. Su enfado sobrepasó todas las barreras y los límites del amor sagrado, y consecuentemente del entusiasmo, que es el fervor del amor sagrado. Su ira se transformó del odio al pecado en odio al pecador; convirtió la más amable de las caridades en una crueldad extrema.

El más excelente ejercicio del fervor consiste en soportar toda dificultad que sea necesaria en aras de prevenir el mal, del mismo modo en que Jesús lo hizo hasta el día de su muerte en la cruz. El fervor sagrado, en especial, es una cualidad del amor divino que hace que muchos de los siervos de Dios observen, obren, y mueran en medio de las llamas del ardor. Mientras que la falsa pasión es atribulada, colérica, arrogante e inestable, la pasión verdadera no da lugar al odio, es afable, gentil, diligente e incansable. Felices aquellos que saben cómo controlar su fervor por medio del amor de Jesucristo, quien nos urge a que lo hagamos.

(Adaptado del Tratado del Amor de Dios de San Francisco De Sales)

Cuerpo y Sangre de Cristo (23 de Junio de 2019)

Hoy celebramos la verdadera presencia de Cristo en la Eucaristía. He aquí algunas de las reflexiones que San Francisco de Sales hace en relación a este Sacramento.

Después de la resurrección Jesús entró en la habitación donde se habían reunido los apóstoles; aún cuando las puertas estaban cerradas con llave. El quería asegurarles que seguía con vida y que permanecía entre ellos. De este mismo modo Jesús nos entrega Su cuerpo y Su sangre, transformados en pan y vino, para convencernos de que Su presencia entre nosotros es real.

El punto máximo del amor de Dios por nosotros, un amor que se basa en la autoentrega, es manifestado en la Eucaristía. Cristo instituyo el sacramento de la Eucaristía para que la totalidad de la familia humana pudiese estar íntimamente ligada a El. Una vez unidos en Cristo, este sacramento también nos llama, y nos ayuda, a unirnos a los demás por medio de una clase conexión espiritual que Nuestro Salvador desea que exista entre nosotros. Esta unión agrupa a muchos y muy diferentes miembros, y los moldea en un sólo cuerpo. Es por esto que este sacramento es conocido también como la Comunión, ya que representa para nosotros la unión común del amor sagrado que ha de existir entre nosotros.

En la Eucaristía, el banquete perpetuo de la gracia divina, nos ha sido otorgada una promesa de felicidad infinita. Cuando recibimos la Eucaristía con frecuencia y con devoción, estamos fortaleciendo nuestra salud espiritual para así poder evitar el mal de manera efectiva. Esto fortifica nuestro corazón y nos hace como dioses en este mundo. Las frutas más delicadas, como las fresas, están sujetas a la descomposición. Pero pueden ser conservadas fácilmente por un año si se les coloca entre miel o azúcar. Así mismo ocurre -aunque de forma más grandiosa- cuando recibimos la Eucaristía, ya esta conserva nuestros débiles corazones y los protege del mal.

Tanto quienes se consideran perfectos, como aquellos que se consideran imperfectos, han de recibir la Eucaristía frecuentemente. Los perfectos por que poseen la predisposición para hacerlo. Los imperfectos para que puedan alcanzar la perfección. Nuestro Señor nos ama a todos con el mismo amor, El nos acoge en sus brazos a través de este Sacramento. Debemos afianzar estos gentiles y vigorizantes lazos del amor divino por medio de la Eucaristía.

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales)

La Santísima Trinidad (16 de Junio de 2019)

Hoy es el domingo de la Trinidad. San Francisco de Sales hace énfasis en que debemos buscar una unión en el amor con los demás, de una manera que refleje el amor que existe entre las tres Personas divinas.

Los actos de bondad de Dios para con la familia humana son actos de las tres Personas. Su bondad se desborda sobre la salud espiritual de toda la familia humana por que hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios. El Padre proveyó todos los medios necesarios para que nosotros glorifiquemos la bondad divina de Dios. El Hijo, quien vino a este mundo, elevo nuestra naturaleza más allá que la de los angeles. Al hacerse humano, Nuestro Señor se hizo a nuestra semejanza y nos hizo a Su semejanza para que pudiéramos disfrutar el tesoro que es la vida eterna. El Espíritu, que vino a avivar a los Apóstoles que formaron la iglesia, continúa otorgándonos vida por medio del amor divino.

Nadie puede llegar a imaginar o a entender la unión que existe entre las tres Personas de la Trinidad. Es por ello que Jesús nos ha llamado, no a que nos unamos de forma idéntica a la de la Trinidad, sino a que nos unamos en el amor sagrado de forma tan pura y perfecta como nos sea posible. Por que a través de Cristo participamos del amor divino de la Trinidad, el cual nos hace hijos de Dios.

Los hijos del mundo todos están separados los unos de los otros ya que sus corazones se hallan en lugares distintos. Por otra parte los hijos de Dios, que tienen sus corazones “en el lugar donde se halla su tesoro”, sólo tienen un tesoro que es el mismo Dios. Siempre permanecen juntos y unidos por el amor de Dios. Nuestro Salvador nos ha restaurado en igualdad de condiciones y sin excepción alguna nos ha hecho a Su semejanza. Por lo tanto, no deberíamos sentir un amor calido y genuino por esa misma semejanza en los demás? No hemos sido llamados a amar nada que sea malvado en los demás, sólo la imagen y la semejanza de Dios. Apreciemos entonces el hecho de ser hijos de Dios que buscan unirse de forma similar a la de las tres Personas de la Trinidad, cuyo amor divino y desbordante alimenta y transforma a toda la familia humana.

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales)

Domingo de Pentecostés (9 de Junio de 2019)

El gran amor y los cuidados de Dios nuevamente se manifiestan en la Fiesta del Pentecostés. El hecho de que el Espíritu Santo viva en nosotros es un factor esencial para la espiritualidad de San Francisco de Sales.

El amor es lo que da vida al corazón. El Espíritu Santo, que nos ha sido otorgado, vierte el amor divino sobre nuestros corazones. El Espíritu es como una fuente de agua viviente que fluye en cada parte de nuestros corazones y va extendiendo su gracia. La gracia posee el poder de atraer nuestros corazones. A través del Espíritu Santo, Dios despierta y aviva nuestros corazones para que se percaten de su bondad. Muchas veces necesitamos que se nos despierte y se nos lleve de la mano para que hagamos uso apropiado de nuestra fuerza y talentos.

Si queremos sentir la presencia del Espíritu Santo en nosotros debemos deshacernos de nuestros caprichos y acomodar nuestra voluntad a la voluntad de Dios. Debemos ser como la arcilla en manos del alfarero, para que Dios pueda moldearnos y llevarnos por el sendero de la verdadera salud espiritual. Aun cuando no podemos impedir que Dios inspire nuestros corazones, todos poseemos el poder para rechazar el deseo que tiene Dios de amarnos. Del mismo modo el Espíritu Santo no tiene deseo alguno de obrar en nosotros sin nuestro consentimiento. Pero, si llegamos a consentir aunque sea mínimamente a las inspiraciones de Dios, qué felicidad obtendremos!

El fruto único del Espíritu Santo, que es el amor divino, nos llena de dicha interior y de consuelo, al mismo tiempo que llena nuestro corazón de una paz que perdura aun en medio de la adversidad, por medio de la paciencia. El amor sagrado nos hace amables y gentiles, y a la hora de ayudar a los demás lo haremos con una bondad sincera hacia ellos. Esa bondad, que proviene del Espíritu Santo, es constante y perseverante, y nos provee de un coraje duradero que nos hace afables, agradables y considerados con los demás. Esto hace que soportemos los cambios de su estado anímico y sus imperfecciones. Llevaremos una vida simple que será testimonio de nuestras palabras y acciones. El amor divino es la virtud de todas las virtudes. Apreciemos y cultivemos al Espíritu que habita en nosotros, para que el amor de Dios pueda reinar ahí también.

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales y Juana de Chantal)

Séptimo Domingo de Pascua (2 de Junio de 2019)

En el Evangelio de hoy Jesús ora para que aquellos que creyeron en El puedan ser uno sólo. San Francisco de Sales se vale de varias imágenes para ilustrar el lazo de amor que debe hacernos a todos uno solo.

Fue un amor ferviente y sagrado lo que unió los corazones y las voluntades de los primeros cristianos. Para poder hacer una sola hogaza de pan se necesita moler y amasar juntos muchos granos de trigo. Una vez hechos hogaza los granos ya no pueden ser separados individualmente. Igual para poder hacer un vino hay que exprimir muchas uvas juntas. Es imposible distinguir que vino procede exactamente de que racimo de uvas. De la misma forma el amor de los primeros cristianos estaba conformado por muchos corazones, pero sus voluntades y sus corazones habían sido combinados en una sola entidad.

Juntos constituimos la imagen reflejada en un retrato, por que portamos la imagen de Dios en nosotros. Nuestro Señor vino a este mundo a enseñarnos lo que debemos hacer para poder preservar en nosotros esta divina semejanza que nos une a todos como hijos de Dios. Por amor nos otorgó los medios para alcanzar el más alto nivel de unión que El desea para nosotros, principalmente el de ser uno solo con EL, del mismo modo en que EL y su Padre son uno solo.

Puede que en esta vida no lleguemos a lograr esta unión divina, pero demos hacer todo lo que este en nuestro poder por tratar de alcanzarla: entre más unidos estemos a Dios, más unidos estaremos los unos con los otros. Jesús solo nos enseño ciertos preceptos que El mismo practico. El nos amo y nos enseño, por medio de su ejemplo, cómo debemos amar a nuestro vecino para que no utilicemos como excusa el argumento de que es imposible llegar a amarnos los unos a los otros.

Al igual que los primeros cristianos, debemos honrar la imagen de Dios en cada uno de nosotros, y abrirnos los unos a los otros en el amor sagrado contribuyendo siempre al fortalecimiento de ese dulce lazo de caridad que existe entre todos. Reunamos el coraje necesario para vivir de acuerdo a la divina semejanza en nosotros. De esta forma podremos experimentar y crecer mas profundamente en el amor a Dios, en la vida de abundancia que nuestro Señor vino a traernos, para que así podamos llegar a ser uno solo.

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales)

Sexto Domingo de Pascua (26 de Mayo de 2019)

Las lecturas de hoy nos recuerdan que amar a Dios significa cumplir Su palabra. San Francisco de Sales resalta nuestra necesidad de aprender a cumplir con la palabra de Dios, y de vivir a Jesús, llevando una vida de oración y virtud.

La oración enfoca nuestra mente en la luz brillante de Dios, y expone nuestra voluntad al calor del amor de Dios. La oración es un torrente de agua bendita que hace que esas plantas, que representan nuestros buenos deseos, crezcan frondosas y verdes, y que florezcan. Saquen tiempo cada día para la meditación. Si es posible mediten temprano en la mañana, ya que a esa hora sus mentes son menos susceptibles a las distracciones, y están frescas después del descanso de la noche. Para que puedan vivir a Jesús, pídanle a Dios que los ayude a orar desde lo más profundo de su corazón.

Cuando ustedes meditan sobre la vida de Jesús al mismo tiempo van aprendiendo de su forma de ser, y por ende moldearán sus acciones en base a Su patrón de vida. Acostúmbrense poco a poco a pasar de la oración al cumplimiento de sus obligaciones diarias con calma y con facilidad, aunque las obligaciones difieran totalmente de los afectos que estaban recibiendo cuando estaban orando. El abogado debe aprender a pasar de la oración a la presentación de sus alegatos, el comerciante a su comercio, los padres de familia al cuidado de sus hijos. Debemos aprender a hacer esa transición con fluidez; a pasar de nuestra experiencia en la meditación al cumplimiento de nuestras tareas diarias, y esto requiere llevar una vida de virtud.

Cada persona debe poner en práctica, de forma especial, las virtudes necesarias para poder llevar el tipo de vida al que ha sido llamada. A la hora de practicar las virtudes deberíamos preferir aquellas que mejor encajan con nuestras obligaciones, en lugar de escoger aquellas que más se acomodan a nuestro gusto. Por regla general los cometas se ven mucho más grandes que las estrellas ya que se encuentran mucho más cerca de nosotros. Es sólo por esto que nos parecen más grandes. De la misma forma hay algunas virtudes que consideramos mejores solamente por que nos parecen mucho más significativas. Pero lo que debemos hacer es escoger las virtudes necesarias para contrarrestar nuestros fracasos y nuestras debilidades habituales, y poder así avanzar por la senda del amor sagrado. Les doy un ejemplo: cuando la ira los asalte pongan en práctica la dulzura. No importa cuán pequeño parezca este acto virtuoso, la verdadera virtud no tiene límites. Si actuamos de buena fe y reverenciamos a Dios, El nos elevará a alturas verdaderamente grandiosas para que podamos vivir a Jesús.

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales)

Quinto Domingo de Pascua (19 de Mayo de 2019)

Las lecturas de hoy nos recuerdan que para poder entrar en el Reino de Dios debemos perseverar en nuestra fe en Jesucristo. San Francisco de Sales hace énfasis en la necesidad de perseverar en el amor a Dios.

La perseverancia es el don más deseable al que podemos aspirar en esta vida. Toda nuestra felicidad está basada en la perseverancia y es por esto que yo insisto en que ustedes deben persistir hasta el fin. Nuestro bienestar no sólo consiste en aceptar la verdad de la Palabra de Dios, sino también en perseverar en esa verdad. El Espíritu de Dios nos invita a que tengamos en cuenta como hemos comenzado para que así mismo podamos llegar al final. El Espíritu hace que nos regocijemos con las flores de la primavera, sólo con la expectativa de que podamos disfrutar de los frutos del verano y el otoño.

El objetivo de la vida cristiana es transformar nuestro espíritu egocentrista en el espíritu de Cristo. A lo largo de nuestras vidas siempre se despertarán en nosotros ciertos intereses egoístas a los cuales debemos renunciar. Entre más nos distanciemos de nuestros deseos egoístas, y accedamos a lo que Dios desea para nosotros, nuestros espíritu humano se ira llenando más de paz, y poco a poco se librará de su intranquilidad interior.

El verdadero amor aspira a complacer a aquellos en quienes se complace. El ejemplo que nos dan las personas que amamos ejerce un poder imperceptible sobre nosotros. Es imposible no amoldarnos a quienes amamos. Si nos deleitamos con frecuencia en Dios, nos amoldaremos a EL, y nuestra voluntad será transformada en la divina voluntad de Dios. La adaptación de nuestro corazón al amor de Dios ocurre cuando depositamos todos nuestros afectos en las manos de Dios para que El los moldee, y para que sea él quien guíe nuestro espíritu. A su vez, responderemos al amor de Dios por medio del amor por los demás.

La fe nos enseña que todo lo que es verdadero y bueno en nosotros proviene de Dios solamente. Por ello debemos tener suficiente coraje y una confianza muy firme en la ayuda de Dios. EL, que nos lleva tomados de la mano, nos ayudará a soportar las dificultades que de otra forma nos resultarían insoportables. Si continuamos respondiendo al amor y a la misericordia de Dios, EL consumará la obra de nuestra salvación.

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales)

Cuarto domingo de la Pascua (12 de Mayo de 2019)

El Evangelio de hoy nos permite experimentar a Jesús, el Buen Pastor, que cuida de Su rebaño. San Francisco de Sales nos recuerda que nosotros también debemos ser buenos pastores que cuidan de su rebaño.

Hay quienes dicen que los pastores representan a todos aquellos que desean ser santos. Sin embargo, si cada uno de nosotros es un pastor, ¿quiénes son nuestras ovejas? Nuestros deseos, sentimientos y emociones. Nuestra obligación es velar por este rebaño espiritual. Jesús nos enseña a gobernar y a controlar nuestros deseos, sentimientos y emociones.

Al igual que un pastor que cuida de sus ovejas, nuestro Buen Pastor nos reúne a Su alrededor para hacernos suyos. Él desea que manejemos nuestras vidas a la luz de la voluntad de Dios y no conforme a nuestros deseos. En Jesús aprendemos a dirigir nuestro rebaño y a controlar nuestros deseos, sentimientos y emociones de manera que nos conduzca a la salud espiritual.

¿Qué puede complacer más a Nuestro Divino Pastor que el que le entreguemos la oveja de nuestro amor? El amor es el principal deseo del espíritu humano. El verdadero amor se logra cuando vivimos según las inspiraciones y los impulsos que Dios aviva en nosotros.

Nuestro Dios es el Dios del corazón humano. Nuestros corazones están sedientos de Él. Nosotros tenemos una inclinación natural por conocer y amar a Dios. Ningún otro amor puede satisfacernos como lo hace la bondad infinita de Dios, quien nos da la vida eterna.

San Augustín dijo: “Amen a Dios, y después hagan lo que deben hacer”. Cuando todos nuestros amores provienen del amor de Dios, podemos decir que verdaderamente lo amamos. ¡Qué felices seremos si permanecemos en presencia de Nuestro Buen Pastor y si lo seguimos e imitamos fielmente Su ejemplo! Será entonces que podremos servirle según Su voluntad y ser buenos pastores para nosotros mismos y para los demás.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Tercer domingo de la Pascua (5 de Mayo de 2019)

La lectura del Evangelio para hoy nos cuenta cómo Pedro, al afirmar su compromiso de amar a Jesús, fue llamado a guiar Su rebaño. San Francisco de Sales nos urge a ser discípulos al igual que los apóstoles y a llevar la palabra de Dios a los demás.

Tres veces le preguntó Jesús a Pedro si lo amaba. El corazón de Pedro estaba colmado de amor por Su Amo. La providencia de Dios levantó a Pedro nuevamente. El amor es el medio universal para obtener nuestra salvación. El amor de Dios siempre debe ocupar el lugar principal en nuestros corazones. No desperdiciemos el tiempo y entreguémonos completamente a la Divina Providencia. ¡Qué amorosa es mano de Dios cuando sujeta nuestros corazones!

Qué puede esperar Dios de nosotros si no lo mismo que le pidió a los Apóstoles. No era nada más de lo que Nuestro Señor mismo vino a hacer en este mundo: a darle vida a todos de modo que pudieran vivir en abundancia. Él lo hizo otorgándoles Su gracia. La gracia tiene el poder, no para dominar, sino para persuadir nuestros corazones de modo que consientan los movimientos del amor de Dios en nosotros.

En la medida de lo posible, debemos llegar a los corazones de los demás como lo hacen los ángeles, con delicadeza y sin obligarlos. Aunque nuestro deber es ayudar y expresar nuestro amor a todas las personas por igual, debemos hacerlo con mayor esmero por aquellos que más nos necesitan. Debemos guiarlos a una vida más perfecta. Ellos encontrarán la plenitud de la vida si creen en la palabra de Jesús, la cual ustedes les explicarán. Ellos vivirán una vida más abundante por medio del ejemplo que ustedes les den.

Avancen con confianza y valentía, cumpliendo con la tarea que se les ha encomendado. No digan: “no estoy a la altura de esta labor”. Avancen sin preocuparse y sin retroceder, porque Dios les indicará lo que deben decir y lo que deben hacer en el momento indicado. Preocúpense solamente por una cosa: crecer en el amor y la fidelidad a la bondad divina de Dios y todo llegará a buen término.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Segundo Domingo de la Pascua (28 de abril de 2019)

La lectura del Evangelio para hoy ilustra la firmeza del amor Dios en Jesús resucitado en el momento en que Él se presenta ante Sus discípulos. San Francisco de Sales comenta que el propósito de esta aparición es confirmar la fe de los discípulos en el Dios de Jesucristo:

Cuando se reunieron en el cenáculo a puertas cerradas, Nuestro Salvador apareció entre ellos y los saludó: La paz sea con ustedes. Entonces les mostró sus manos y su costado. ¿Por qué hizo esto? Para fortalecer su fe, que había sido sacudida por la crucifixión de Jesús, con quien tenían un vínculo estrecho. Ante la ausencia de nuestro Salvador, los discípulos se sintieron asustados y débiles. Esto es lo que ocurre cuando no tenemos a Dios. Ellos tenían miedo. Como un buque sacudido por una tormenta sin un capitán, aquel era el estado de ese pobre barco. Nuestro Señor apareció ante sus discípulos para aliviar sus miedos. Su fuerza nos fortalece de manera gentil.

En Jesús, sorbida es la muerte en victoria. Él asume nuestras miserias y las ennoblece. ¿Necesitan fuerza? Aquí están mis manos. ¿Necesitan un corazón? Aquí está el mío. Él nos muestra sus heridas por amor. Jesús vino a este mundo a enseñarnos lo que debemos hacer para preservar en nuestro ser la belleza y la semejanza divina que Él ha reparado y embellecido por completo en nosotros. Es cuando reconocemos la semejanza del Creador en nosotros que logramos ver la imagen de Dios reflejada en otros. Caminemos como Jesús, que eligió dar su vida por aquellos que se la arrebataron.

Qué alegría es reflexionar sobre cómo el Espíritu Santo vierte en nuestros corazones los primeros rayos y percepciones de luz y calor divinos. O buen Jesús, permítenos recibir la paz que nos ofreces. ¡Permite que podamos arraigarnos en la fe, ser dichosos en la esperanza y fervorosos en el amor sagrado, mientras esperamos tu futuro regreso!

(Adaptación de "Oeuvres" de San Francisco de Sales).

Domingo de Pascua (21 de Abril de 2019)

¡Felices Pascuas! Hoy celebramos el momento más singular en la historia de la humanidad: La Resurrección de Jesús, quien ha triunfado sobre la muerte. Hoy damos la bienvenida a los recién bautizados, cuya nueva vida en Cristo los preparará para alcanzar la gloria eterna. San Francisco de Sales nos habla acerca de la necesidad de renovar cada año nuestro deseo de servir a Dios para poder vivir a Jesús.

Habiendo sobrevivido a la muerte, Jesús continua existiendo a través de Sus obras. Llegará un día en que también nosotros resucitaremos de entre los muertos; entonces nuestros cuerpos mortales, que ahora están sujetos a la corrupción, serán hechos inmortales. Jesús adoptó nuestra semejanza y nos otorgó Su semejanza para que pudiésemos tener una nueva vida en la abundancia. Nuestro Dios nos inspira y nos urge con cariño a que aceptemos la conversión. En el bautismo cada uno de ustedes se convierte en un hijo de Dios, quien deberá formarse a sí mismo conforme a la Ley del Evangelio. Al dejar atrás su antiguo yo, ustedes han resucitado nuevamente en Cristo.

Aun así, mientras estemos vivos tendremos que renovarnos y comenzar de nuevo. Con nuestro corazón sucede igual que con algunos relojes que requieren ser limpiados y reparados; a veces es necesario enderezar las partes que se han doblado y reemplazar aquellas que ya están desgastadas. Realizar este ejercicio cada año va a reconfortar sus corazones, infundirá un nuevo aire de vida a sus buenas resoluciones en servicio de Dios, y los ayudará a florecer con sus fuerzas renovadas.

Durante el invierno la tierra se relaja, reposa y no produce; cuando llega la primavera la tierra se renueva, de ella brotan flores que nos llenan de alegría. Dado que nuestra naturaleza tiende a enfriarse fácilmente, es necesario renovar nuestra promesa de amar a Dios por sobre todas las cosas, y de amar todas las demás cosas porque son aceptables para Dios, favorables para el honor de Dios, y porque han sido destinadas para glorificar a Dios. Antes de que entremos a la gloria eterna, el Jardinero desea plantar muchas flores en nuestro jardín. Debemos servir a Dios tal y como Él desea que lo hagamos; entonces llegará un día en que Él hará todo lo que nosotros queremos, y nos dará mucho más de lo que podríamos llegar a desear. Cuando somos criados para conducir nuestra vida por la senda del amor divino, vivimos por nuestro Salvador resucitado. Es el día que el Señor ha creado. Alegrémonos. ¡Aleluya!

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Domingo de Ramos/de la Pasión del Señor (14 de Abril de 2019)

En el Evangelio de hoy experimentamos a Jesús como el “siervo que sufre”. El sufrimiento de Jesús, que culmina con su muerte, trae consigo la vida eterna para la familia humana. San Francisco de Sales hace la siguiente reflexión respecto a este evento: “La razón más ponderosa para la muerte de Jesús, es porque a través de ella el amor de Dios logra colmar el espíritu humano. De la muerte ha surgido la vida, la maravillosa paradoja que el mundo no logra comprender. Él no solo padeció una muerte cruel para poder traernos el amor de Dios, sino que además sufrió miedo, terror, abandono y depresión, a un grado que nunca nadie ha experimentado ni experimentará jamás. Él hizo esto para que nosotros también pudiéramos perseverar en nuestra búsqueda del amor divino”.

Los sentimientos humanos que experimento Jesús dejaron su corazón totalmente expuesto al dolor y a la angustia. Es por esto que le oímos clamar: “¿Padre, por qué me has abandonado?” El monte del Calvario es el monte de los enamorados; allí se entremezclan la muerte, la vida, y el amor. Fue por amor que Jesús escogió morir en una cruz para que nosotros pudiéramos vivir como hijos de Dios quienes poseen el amor eterno. La sabiduría cristiana consiste en saber escoger correctamente. Por ello, debemos desechar todos esos amores y deseos egoístas que existen en nosotros para que podamos ser colmados por el amor de Dios, el cual da origen a una nueva vida en nosotros.

Debemos consagrar cada momento de nuestras vidas al amor divino, materializado en la muerte de Nuestro Salvador. Si alguien nos hace daño, debemos pensar constantemente en Jesucristo crucificado, abandonado, abrumado por toda clase de angustias. Debemos pensar en todas esas personas cuyas penas son incomparablemente mayores a las que nosotros estamos padeciendo. Entonces debemos repetir: ¿Qué acaso mis dificultades no parecen rosas comparadas con las de aquellas personas que sin ayuda, asistencia, sin socorro alguno, viven una muerte continua, soportando la carga de aflicciones que son infinitamente más grandes que las mías? Cuando todo nos falle, cuando nuestra desolación esté en su punto máximo, repitamos las últimas palabras que pronunció Jesús en la cruz: “En Tus manos encomiendo mi espíritu”. ¡Qué felices seremos cuando nos encomendemos totalmente en manos de Dios! Si con cada cosa que hacemos buscamos dar gloria a Dios, todo lo que hagamos estará bien hecho.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Quinto Domingo de la Cuaresma (7 de Abril de 2019)

Las lecturas de hoy nos prometen una vida eterna siempre y cuando vivamos y creamos en el Espíritu de Jesucristo que habita dentro de nosotros. San Francisco de Sales nos ofrece la siguiente reflexión respecto a éstas promesas: “Cuando un halconero remueve la capucha que cubre la cabeza del ave, ésta divisa su presa y extiende sus alas, lista para salir volando a capturarla. Al ser retenida por el halconero, el ave lucha por tratar de liberarse de él. Esto mismo nos sucede cuando la fe nos quita el velo de la ignorancia, y nos damos cuenta de que nuestro bienestar supremo se halla en Dios; entonces decidimos volar hacia Él, pero las condiciones de ésta vida mortal nos retienen. Es posible que esto haga que nuestro fervor se convierta en tristeza”.

Sin embargo, no debemos desfallecer ni permitir que la desesperación nos doblegue. Dios nos ha asegurado, por medio de mil promesas plasmadas en las Escrituras, y de las inspiraciones divinas que ha depositado en nuestros corazones, que alcanzar una vida de infinita bondad es posible. Aun así, debemos estar dispuestos a utilizar los medios que Él nos ha ofrecido. Si ustedes se dedican a vivir según las enseñanzas de nuestro Señor Crucificado, el deseo de recibir la bondad de Dios se irá convirtiendo progresivamente en una esperanza avivada por Su amor. Nuestro Salvador jamás nos dejará ir siempre y cuando nosotros escojamos seguirlo. Una vez que ustedes hayan sido sanados por el amor que el Espíritu de Jesús vierte en sus corazones, podrán seguir adelante y sostenerse en pie por sus propios medios, apoyados en virtud de su nueva salud y del amor sagrado.

A pesar de que nuestra naturaleza humana hace que alberguemos ciertos deseos y pensamientos egoístas, debemos impedir que éstos retrasen nuestro recorrido en busca de la bondad amorosa de Dios, y en el cumplimiento de Sus obras. Bienaventurados son aquellos cuyo amor abnegado está al servicio de Dios ¡Él jamás les permitirá permanecer improductivos e infructuosos! Si bien el sacrificio que ellos hacen por Dios es pequeño, Él se encargará de derramar sobre ellos abundantes bendiciones en esta vida y en la siguiente. La seguridad que Dios infunde en nosotros a través de sus promesas sobre el paraíso, fortalece infinitamente nuestro deseo de continuar disfrutando la bondad de Dios en Jesucristo, cuyo Espíritu habita en nosotros.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales).