La Sagrada Familia de Jesús, Maria y José (Diciembre 29 de 2019)

Hoy celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia. En el Evangelio escuchamos que la Divina Providencia guio a la Sagrada Familia en medio de sus tribulaciones. San Francisco de Sales observa:

El Evangelio de hoy nos cuenta como el ángel ordenó a José que tomara al Niño y a Su madre y se marchara con ellos a Egipto. Al igual que la Sagrada Familia, nosotros debemos irnos a un mundo donde nos encontramos rodeados de enemigos. Puede que nos inquietemos cuando las cosas no salen como nosotros lo deseábamos. Para poder evitar los naufragios, que frecuentemente se dan durante nuestra navegación por las aguas de este mundo, tengamos presente la grandiosa paz y serenidad mental que poseía la Sagrada Familia. Con plena confianza en la Divina Providencia ellos permanecieron siempre en calma y en paz, aún cuando debieron enfrentar situaciones inesperadas. Dios nos protegerá a nosotros también por el mar de la vida, cuando la confusión se apodere no sólo de nuestro entorno sino también de nuestro interior. .

Aun así, sin importar la dirección que tome el barco, nuestro corazón, nuestro espíritu, nuestra voluntad, que es nuestra brújula, debe apuntar al amor y la paz de Dios, porque Dios halla Su paz en un corazón que está tranquilo. Cuando un lago está en calma en una noche serena, las estrellas en el cielo se reflejan sobre las aguas. Si observamos detenidamente esas aguas apacibles, veremos que la belleza del cielo reflejada en ellas es tan nítida que pareciera que estuviésemos observando el firmamento mismo. Igualmente sucede cuando nuestra alma está en perfecta calma; cuando no permite que los vientos de las preocupaciones superfluas, la intranquilidad de espíritu o la incertidumbre la perturben, adquiere la capacidad de reflejar la imagen de nuestro Señor.

La Sagrada Familia nos enseña cómo embarcarnos por el mar de la Divina Providencia. Si tienen confianza en la buena providencia de Dios no deben sorprenderse, o preocuparse, si se ven enfrentados a problemas similares a aquellos a los que la Sagrada Familia tuvo que enfrentar. Traten de hacer el bien hoy sin pensar en el día de mañana. Si de alguna forma se quedan cortos, no se desanimen. El corazón de nuestro Salvador es grande, y desea que nuestro corazón halle su morada en El.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Vigilia de la Navidad (Diciembre 24 de 2019)

Hoy celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia. En el Evangelio escuchamos que la Divina Providencia guio a la Sagrada Familia en medio de sus tribulaciones. San Francisco de Sales observa:

El Evangelio de hoy nos cuenta como el ángel ordenó a José que tomara al Niño y a Su madre y se marchara con ellos a Egipto. Al igual que la Sagrada Familia, nosotros debemos irnos a un mundo donde nos encontramos rodeados de enemigos. Puede que nos inquietemos cuando las cosas no salen como nosotros lo deseábamos. Para poder evitar los naufragios, que frecuentemente se dan durante nuestra navegación por las aguas de este mundo, tengamos presente la grandiosa paz y serenidad mental que poseía la Sagrada Familia. Con plena confianza en la Divina Providencia ellos permanecieron siempre en calma y en paz, aún cuando debieron enfrentar situaciones inesperadas. Dios nos protegerá a nosotros también por el mar de la vida, cuando la confusión se apodere no sólo de nuestro entorno sino también de nuestro interior.

Aun así, sin importar la dirección que tome el barco, nuestro corazón, nuestro espíritu, nuestra voluntad, que es nuestra brújula, debe apuntar al amor y la paz de Dios, porque Dios halla Su paz en un corazón que está tranquilo. Cuando un lago está en calma en una noche serena, las estrellas en el cielo se reflejan sobre las aguas. Si observamos detenidamente esas aguas apacibles, veremos que la belleza del cielo reflejada en ellas es tan nítida que pareciera que estuviésemos observando el firmamento mismo. Igualmente sucede cuando nuestra alma está en perfecta calma; cuando no permite que los vientos de las preocupaciones superfluas, la intranquilidad de espíritu o la incertidumbre la perturben, adquiere la capacidad de reflejar la imagen de nuestro Señor.

La Sagrada Familia nos enseña cómo embarcarnos por el mar de la Divina Providencia. Si tienen confianza en la buena providencia de Dios no deben sorprenderse, o preocuparse, si se ven enfrentados a problemas similares a aquellos a los que la Sagrada Familia tuvo que enfrentar. Traten de hacer el bien hoy sin pensar en el día de mañana. Si de alguna forma se quedan cortos, no se desanimen. El corazón de nuestro Salvador es grande, y desea que nuestro corazón halle su morada en El.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Cuarto Domingo de Adviento (Diciembre 22 de 2019)

El Evangelio de hoy nos recuerda que, al igual que San José, debemos tener confianza en el plan que Dios tiene para nosotros. Dios tiene un plan para nosotros que es mucho más grande que el nuestro. San Francisco de Sales observa:

En Evangelio de hoy nos habla del momento en que José descubre que Maria está embarazada. El estaba dispuesto a divorciarse sabiendo que el niño no era suyo. Pero el ángel le reveló a José que el Hijo Sagrado estaba destinado a ser Nuestro Salvador. Con gran paz y serenidad mental, José aceptó ese suceso inesperado en su vida. Nuestra confianza en Dios debe ser igual a la confianza que demostró San José.

Los fundamentos de nuestra confianza no se hallan en nosotros mismos sino en Dios. Aún cuando nosotros estamos sujetos a los cambios, Dios siempre se muestra gentil y misericordioso; tanto en los momentos en que somos débiles e imperfectos, como cuando somos fuertes y perfectos. Cuando sentimos absoluta confianza en Nuestro Señor somos como un niño en el seno de su madre. El niño se deja cargar y guiar a donde su madre quiera llevarlo. Del mismo modo, cuando amamos la voluntad de Dios en todo lo que nos sucede, debemos sentir la confianza necesaria para dejarnos llevar.

Sentir una confianza sagrada en la bondad de Dios significa la vida para el espíritu humano. A medida que nuestro amor por Dios aumenta, experimentaremos las contracciones y las punzadas del nacimiento espiritual. Cuando tengamos problemas Nuestro Salvador nos guiará por la senda sin importar cuán difícil sea esta. Reflexionemos sobre las palabras de nuestro gentil Salvador: “Cuando una mujer da a luz se debate en medio de la angustia, pero después del parto se olvida del sufrimiento que ha vivido porque le ha dado vida a un hijo”. Nuestras almas deben dar luz al Hijo más amado que una persona pueda desear. Ese es Jesús, a quien nosotros debemos dar forma y traer a la vida dentro de nosotros. El Hijo vale todo lo que tengamos que soportar. ¡Qué felices seríamos si dedicáramos todos nuestros esfuerzos a cumplir con lo que Dios desea para nosotros! Obtendríamos de la generosidad de Dios todo lo que podríamos llegar a desear y a necesitar, una nueva y vigorizante existencia ¡Un renacimiento sagrado en Cristo!

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Tercer Domingo de Adviento (Diciembre 15 de 2019)

Las lecturas de hoy nos revelan que la misión de salvación de Dios se logra a través de Jesucristo, quien ha establecido el reino de Dios en la tierra. San  Francisco de Sales hace la siguiente observación:

En el Evangelio de hoy San Juan Bautista orienta a sus discípulos, no hacia sí mismo, sino en dirección a Jesús. La misión de Jesús era ser el Salvador. Él, como verdadera Luz de la Justicia, iluminó la senda de la Iglesia con el esplendor de Su vida. El descendió a la humanidad para llenarnos de Su divinidad, saciándonos con su bondad, elevándonos para que fuésemos dignos de él, y otorgándonos la existencia divina de los “hijos de Dios”. El constantemente levanta el lento y pesado espíritu de los pobres y los humildes, entregándoles Su propio Espíritu para que puedan lograr grandes cosas.

Nuestro Salvador nos enseña que no es suficiente llamarnos cristianos. Debemos vivir de tal forma que los demás puedan reconocer en nosotros, sin lugar a dudas, a personas que aman a Dios con todo su corazón. Al igual que Juan Bautista, los verdaderos siervos de Dios hacen uso de sus palabras y sus obras para guiar a los demás por la senda que conduce a ÉL. Pongamos atención al ejemplo que nos da Juan Bautista. El nos ensena que lograr un verdadero éxito en esta vida consiste en orientar a los demás, no en dirección nuestra, sino en dirección a Cristo. Una vez en Su compañía, los demás, al igual que nosotros, debemos aprender a hacer lo que sea necesario por Su amor y a su servicio, para así poder lograr estabilidad.

San Juan Bautista fue una roca imperturbable en medio de las olas y las tempestades que generan las aflicciones. El demostraba la misma alegría  tanto en el invierno de las amarguras, como en la primavera de la paz.  Nosotros por el contrario somos como juncos que se dejan revolver por cualquier emoción o cambio en nuestro estado de humor. Nos dejamos agitar por los vientos de la riqueza, los honores, y las comodidades. En lo que a las cosas terrenales se refiere podemos decir, “tengo una cantidad moderada, tengo lo suficiente”. Pero en cuanto a los bienes espirituales, jamás tendremos suficiente. Al igual que Juan Bautista, inclinemos nuestros corazones para recibir el amor divino que Nuestro Salvador desea darnos. Es el amor de Dios lo que permite que llevemos el reino de Dios a los demás, para que reine allí la misericordia, la justicia y la paz. 

(Adaptación del libro Sermones de San Francisco de Sales de L. Fiorelli, ediciones)

Segundo Domingo de Adviento (Diciembre 8 de 2019)

En el Evangelio de hoy escuchamos como nos exhorta Juan Bautista: “arrepiéntanse, preparen la senda del Señor, y enderecen sus caminos”. San Francisco de Sales hace los siguientes comentarios con respecto a este pasaje:

“Enderecen los caminos del Señor”. Los caminos que serpentean y dan demasiadas vueltas solo terminan por fatigar y despistar a los viajeros. Nuestra vida está llena de sendas tortuosas que debemos encauzar en preparación para la llegada de Nuestro Señor. Primero debemos corregir la ambigüedad de nuestras intenciones y tener solo una: complacer a Dios, demostrando un cambio de corazón. Así como el marinero que mantiene siempre sus ojos fijos en la aguja de la brújula mientras maneja el barco, nosotros también debemos mantener nuestros ojos abiertos a la penitencia, ósea, a experimentar un cambio de corazón.

Cuando accedemos a un cambio de corazón, retornamos a la imagen y semejanza de Dios en nosotros. Por medio del arrepentimiento experimentamos la amargura y el dolor que genera el haber ofendido la bondad de Dios. Ya no seremos esclavos de nuestras emociones. Nuestras inclinaciones, sentimientos, y emociones ahora se inclinarán ante el amor a Dios y al prójimo. Claramente vemos que arrepentirnos de nuestras grandes culpas es un acto totalmente razonable, cuando consideramos atentamente los beneficios de llevar una vida virtuosa. Todos los actos de arrepentimiento son llevados a cabo por el bien de la belleza, el honor, la dignidad, y la felicidad, por nuestro propio bienestar. Un cambio de corazón nos motiva a tener una mejor disposición.

Perfeccionar la penitencia significa alcanzar un amor sagrado por Dios, que se desborda en un amor por el prójimo. El amor por Dios y nuestro amor propio viven en constante pugna dentro de nuestro corazón, lo cual nos ocasiona grandes penurias.  El verdadero amor propio está al servicio de Dios. Cuando el amor divino reina en nuestros corazones domina todos los otros amores. Entonces organiza todas nuestras emociones y deseos naturales dentro del plan y el servicio Divino. Caminemos entonces ante Dios como lo hiciera Juan Bautista. Convirtámonos en una voz que proclama que debemos preparar el camino y enderezar la senda para el Señor, para que al recibirlo en esta vida podamos disfrutar de Él en la siguiente.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Primer Domingo de Adviento (Diciembre 1 de 2019)

Las lecturas del evangelio para hoy, el primer domingo de Adviento, nos urgen a caminar por la luz del Señor. Este es un llamado a que respondamos al amor de Dios a través de un cambio de corazón. Al respecto, San Francisco de Sales observa lo siguiente: 

María, cuyo corazón es inigualable, entregó su mente, su corazón y su alma a Dios sin reserva. Su voluntad se conformó a la voluntad de Dios con una perfección superior a la de todas las criaturas. El único cambio en la devoción de María, es un aumento de su virtud y la reafirmación de su resolución de pertenecer completamente a Dios. En nuestro caso, sin embargo, las continuas vicisitudes de la vida y a nuestra tendencia a cambiar constantemente de afectos, hacen necesario que renovemos frecuentemente las promesas que hemos hecho de acoger y vivir la palabra de Dios.

¿Cómo podemos afirmar continuamente que pertenecemos solamente a Dios? Si realmente cuidamos de nuestro corazón, cada mañana y noche debemos consagrar nuestra mente, corazón y cuerpo al amor de Dios y a servirlo. Lo primero que deben hacer en la mañana es preparar sus corazones para que estén en paz. A lo largo del día deben asegurarse de que su corazón regrese a ese estado de calma. ¡Bienaventurados son aquellos que caminan por la senda del amor de Dios porque sus corazones han sido transformados!

Ustedes me preguntarán, ¿cómo puedo entregarle mi corazón a Dios sabiendo que tiene tantas imperfecciones? ¿Cómo le complacería a Él este corazón sabiendo que muy pocas veces me he conformado a Su voluntad?

Y yo les diré, ¿acaso no saben que Dios puede transformarlo todo en algo bueno? Dios nunca dijo “Entréguenme corazones que sean puros como los de los ángeles o el de María”, Él dijo, “entréguenme sus corazones”. Por lo tanto, entréguenle a Dios sus corazones tal y como son; Él desea solamente lo que ustedes son.

Busquemos el amor que Dios desea darnos. Así como los ciervos cuando son perseguidos por los cazadores redoblan su velocidad, hasta tal punto que pareciera que volaran, nosotros debemos correr por la senda en búsqueda de todo lo que Dios desea para nosotros. No sólo debemos correr, sino que también debemos pedirle a Dios que nos de las alas de una paloma para que podamos volar muy alto en esta vida y para poder encontrar descanso en la eternidad.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Cristo Rey (Noviembre 24, 2019)

Hoy celebramos la fiesta de Cristo Rey. San Francisco de Sales nos exhorta a servir bajo el Reinado de Cristo:

Sin una reina las abejas se muestran inquietas. Pero cuando la reina nace, se reúnen a su alrededor y se dedican a cumplir con todos sus deseos. Igual sucede cuando nuestros sentidos deambulan incesantemente, arrastrando consigo nuestro yo interior, desperdiciando el tiempo y causándonos ansiedad e intranquilidad; destruyendo la paz que es tan necesaria para nuestro espíritu humano. Nuestros sentidos, nuestra mente y nuestra voluntad son como abejas místicas. Hasta que no tengan un gobernante, es decir, hasta que no escojan a Nuestro Señor como su rey, permanecerán inquietos.

Sin embargo, una vez hayamos elegido a nuestro Señor como nuestro rey debemos ponernos bajo Su mando. Nuestra Majestad es excelente en el ejercicio de la misericordia y la justicia. La misericordia hace que adoptemos lo bueno, mientras que la justicia de Dios hace que nos apartemos de lo malo. Nuestro Señor utiliza la misericordia y la justicia para arrancar de raíz cualquier cosa que nos impida experimentar los efectos de Su bondad. La justicia de Nuestra Majestad es como una pequeña picadura en nuestras consciencias que genera entendimiento y que produce cambios que nos llevan al bienestar. Durante el proceso de conversión de nuestro nuevo yo en Cristo, despojarnos de nuestro antiguo yo puede resultarnos algo doloroso. Pero la misericordia sin igual de Nuestro Señor abre nuestros corazones y restablece nuestra salud a través del Espíritu Santo, quien nos colma con el amor sagrado.

Donde quiera que Nuestro Señor sea el Amo, habrá paz. Para que podamos preservar nuestra paz, es necesario tener la intención pura de desear la gloria de Dios en todas las cosas. Hagamos lo poquito que podemos hacer con ese objetivo en mente, y dejemos que Dios se encargue del resto. Debemos ser lo suficientemente fieles para seguir obedeciendo a la voluntad de nuestro Rey, del mismo modo en que las abejas son fieles a su reina, para que podamos comenzar en esta vida la obra que, con la ayuda del amor de Dios, continuaremos eternamente en el Cielo. ¡Vivan a Jesús!

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Trigésimo Tercer Domingo en el Tiempo Ordinario (Noviembre 17, 2019)

En el Evangelio de hoy experimentamos a Jesús que nos dice que, independientemente de la situación en la que nos encontremos, debemos continuar siguiéndolo. Francisco de Sales nos dice algo similar:

¿Habrá alguna sociedad, religión, institución o estilo de vida que sea tan seguro que está exento de todo mal? Dado que este peligro nos afecta a todos, es arriesgado vivir en un mundo con quienes hacen el mal. Cuando nos enfrentamos a la maldad debemos saber distinguir los hechos reales de los miedos imaginarios. Dios no nos dará fuerzas para enfrentar un conflicto imaginario, pero ciertamente nos dará el coraje que necesitamos cuando surja una necesidad verdadera. Muchos de los siervos de Dios se asustaron y casi que perdieron su coraje ante un peligro imaginario. Sin embargo, cuando el peligro verdadero apareció demostraron su valentía.

Si nos entregáramos a nuestros miedos imaginarios muy seguramente perderíamos nuestro coraje y no haríamos nada por vencer el mal. Es necesario que trabajemos. Nuestro Señor desea que seamos combatientes y conquistadores de la maldad. Si sentimos que nos hace falta el coraje, digamos con confianza “¡Sálvame Señor!”. Si nuestro deseo de servir a Dios es bueno y verdadero, pero nos hace falta la fuerza necesaria para poner ese deseo en práctica, debemos ofrecérselo a Dios quien hará posible que logremos lo que deseamos. Él renovará nuestras aspiraciones cuantas veces sea necesario para hacer que perseveremos. Solo es necesario tener el deseo de pelear valientemente y con una confianza perfecta para que el Espíritu nos ayude.

En la medida en que seamos perseverantes en el cumplimiento de la voluntad de Dios, Él nos ayudará a salir victoriosos durante los tiempos turbulentos. Entreguemos nuestra voluntad a Nuestro Señor quien la renovará para que podamos tener el coraje suficiente durante el resto de nuestra vida mortal. Los niños pequeños se sienten seguros cuando están en brazos de sus madres; sienten que nada puede hacerles daño cuando ellas los llevan tomados de la mano. Aunque los tiempos de conflicto nos produzcan miedo, debemos tomar la mano de nuestro “Dios todo poderoso” quien nos protege y nos hace sentir seguros.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Trigésimo Segundo Domingo en el Tiempo Ordinario (Noviembre 10, 2019)

En el Evangelio de hoy Jesús nos revela que los hijos de Dios se levantarán de nuevo. Nos levantaremos porque nuestro Dios no es Dios de los muertos sino de los vivos. San Francisco de Sales nos dice lo siguiente:

En esta vida mortal no debemos buscar nada que sea incomparablemente perfecto. Nuestros corazones tienen una sed que no puede ser saciada por los placeres de esta vida mortal. Si son moderados, los placeres más preciados y apetecidos no nos satisfacen. Si son extremos, nos sofocan y se vuelven perjudiciales. Solo las aguas de la vida eterna que el amor de Dios nos ofrece pueden satisfacer nuestra sed y acallar nuestros deseos.

Dado que el amor de Dios es superior al nuestro, Él deseo convertirse en uno de nosotros para mostrarnos lo que debemos hacer para vivir eternamente. Depositar nuestro amor en Jesucristo es depositar nuestras vidas en Él. El fruto del racimo depende de la cepa a la cual está unido. Así pues, nuestra vida en Cristo nos aviva y nos anima por medio de un amor saludable. A través del amor sagrado que el Espíritu Santo infunde en nuestros corazones, somos capaces de realizar obras sagradas que nos conducen a la gloria inmortal.

Sin embargo, en esta vida mortal el ejemplo de Jesús nos muestra que nuestra salvación es un recorrido hacia la plenitud en Cristo. Soportar lesiones, contradicciones e incomodidades de la manera pacífica en que lo hizo Jesús es lo que nos asegura la eternidad. Una onza de paciencia adquirida a lo largo de una temporada de pruebas vale más que diez libras adquiridas en cualquier otra temporada. Si sienten que su corazón está perturbado, reflexionen sobre la paciencia y oblíguense a practicarla fielmente. Si sienten que su corazón está agitado en esta temporada, sujétenlo con la punta de sus dedos y colóquenlo de vuelta en su sitio. Entonces digan, “Alégrate, mi querido corazón”. Las grandes obras son el resultado de la paciencia y de la duración del tiempo. Tengan coraje. El Dios de los vivos siempre nos acompaña para que podamos volver a levantarnos en Cristo.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Domingo 31 en el Tiempo Ordinario (Noviembre 3, 2019)

En el Evangelio de hoy experimentamos a Jesús, su deseo de entrar en el hogar de los perdidos aún antes de que hagan su penitencia. San Francisco de Sales comenta:

Nuestro Salvador nos ayuda a encontrar Su corazón lleno de piedad y  misericordia generosa para con nosotros, justo en esos momentos en que nuestros corazones se hallan más endurecidos.  Al igual que Zacarías, solo necesitamos desear ver a Jesús. Nuestro redentor constantemente nos confiere Su amor sagrado. Continuamente perdona las faltas que a diario cometemos contra El; recompensa hasta el menor de nuestros servicios con grandes favores; continúa recreando a la humanidad por medio del amor misericordioso que El siente por toda la humanidad.

¿Cómo sale a relucir la grandeza de la misericordia de Dios? La misericordia de Dios nos lleva a escoger el bien. Pero, aún cuando nosotros realmente pertenecemos a Dios, El no tiene esclavos, sólo amigos quienes escogen amar libremente. Por nuestra parte, la conversión depende de nuestra libre respuesta al amor de Dios. Nosotros estamos listos para responder de todo corazón al amor de Dios en el momento en que empezamos a purificar nuestros afectos y nuestras obras,  moldeándolos de acuerdo a las enseñanzas del Evangelio. Cuando desechemos nuestra obstinada búsqueda de cosas que sólo nos beneficiarán a nosotros mismos, nos deleitaremos al encontrar que nuestro espíritu ha sido liberado. Entonces seremos libres para escoger la verdad y la buena vida en Cristo, la vida que Dios desea para nosotros.

Deshacernos de todo aquello que no proviene de Dios, es algo que representará una lucha constante a lo largo de nuestras vidas.  Ciertamente, mientras estemos vivos sentiremos la necesidad de renovarnos y de comenzar de nuevo. Esta restauración es necesaria en la medida en que nuestra naturaleza, siempre cambiante, empiece a volverse fría y a fallar. No existe un reloj que sea tan perfecto como para no necesitar reparación alguna. Así como un reloj necesita aceite para evitar oxidarse, ustedes necesitan ungir sus corazones con los sacramentos de la confesión y la Eucaristía, para así restaurar sus fuerzas y calentar sus corazones. Es de este modo que una vez más lograrán consagrarse al amor de Dios. Si verdaderamente cuidamos de nuestro corazón a diario, iremos adquiriendo la capacidad de renovarlo al servicio de Dios.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Domino 30 en el Tiempo Ordinario (Octubre 27, 2019)

Las lecturas de hoy nos recuerdan que Dios responde sin demora al llanto de aquellos que se arrepienten de los errores que han cometido. San Francisco de Sales observa lo siguiente:

Dios, en su misericordia inigualable, abre la puerta al corazón del penitente. Esa alma se hubiese quedado perdida si El no la hubiera ayudado. Para que nuestro arrepentimiento, por no poder vivir a la altura de la imagen de Dios en nosotros, sea genuino, primero debemos despojar nuestro corazón de cualquier otra cosa para permitir que Nuestro Señor lo llene de Si Mismo. Cada rincón, cada esquina de nuestros corazones está abarrotada con miles de cosas indignas de ser vistas en presencia de nuestro Salvador. Entonces es como si lo tuviéramos atado de las manos, y le estuviéramos impidiendo otorgarnos los dones y la gracia que El siempre está dispuesto a darnos, siempre y cuando nos encuentre preparados para recibirlos.

Cuando nos arrepentimos damos paso a la maravillosa humildad de nuestro querido Salvador para que entre en nuestro corazón. La humildad de corazón nos hace conscientes de la bondad de Dios, que es digna de un amor supremo. La humildad de corazón también nos permite comprender nuestra inhabilidad para amar de forma perfecta, por lo cual necesitamos de nuestro Salvador quien nos sacará de nuestra miseria hasta hacernos uno con Su grandeza.

El valor que tiene la virtud de la penitencia es que esta nos lleva a la plenitud. Debemos ser como el arquero que, cuando va a disparar una gran flecha, tira de la cuerda de su arco desde un punto más bajo, dependiendo de cuanta altura desea que la flecha alcance. Para poder unirnos a Dios debemos apuntar lo más alto posible. Por lo tanto debemos rebajarnos mucho más, dejando a un lado la autosuficiencia y abriéndonos a recibir la ayuda de Dios. Debemos dejar todas nuestras tribulaciones en manos de nuestro Salvador, quien siempre se preocupa por nosotros, para así poder entregarnos completamente a El. Cuando damos nuestro consentimiento a Dios para que nos ame de la forma en que desea hacerlo, EL nos recibirá en su misericordia, y también avivará y restaurará completamente nuestra verdadera salud espiritual, que es el amor sagrado.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Domingo 29 en el Tiempo Ordinario (Octubre 20, 2019)

Las lecturas de hoy nos incitan a ser perseverantes en nuestra fe en la bondad de Dios, permaneciendo siempre atentos a Su Palabra. San Francisco de Sales también hace énfasis en el valor de la perseverancia:

La perseverancia es el valor con el cual obtendremos la corona. Sin embargo a la hora de la práctica, ésta resulta ser la más difícil de todas las virtudes dada la debilidad e inconsistencia del espíritu humano. Un minuto deseamos hacer una cosa, pero poco después cambiamos de parecer. Debemos mantener una vigilancia constante sobre nosotros mismos. El néctar del amor divino no puede ser destilado en un corazón donde nuestro antiguo “yo” es amo y señor. Poder crecer en el amor de Dios implica que debemos trabajar diligentemente para dejar a un lado nuestro egocentrismo y vivir de acuerdo a la razón, y no de acuerdo a las tendencias terrenales.

Tengan coraje. Un profesor no siempre va a exigir que sus estudiantes se sepan toda la lección sin derecho a cometer un error. Es suficiente que los estudiantes hagan su mejor esfuerzo por aprender la lección. ¿Han observado alguna vez a las personas que están aprendiendo a montar en caballo? Muchas veces se caen. Aun así no se dan por vencidos. Porque una cosa es ser golpeado una que otra vez, y otra cosa completamente distinta es ser derrotado.

No siempre tenemos que sentirnos fuertes y llenos de coraje. Es suficiente tener esperanza en que Dios nos dará esa fuerza, y ese coraje, justo donde y cuando los necesitamos. Ciertamente Nuestro Señor jamás exhortará a sus fieles a que perseveren sin estar listo para otorgarles el poder necesario para hacerlo. Si somos fieles progresaremos demasiado. La perseverancia es el don más deseable al que podemos aspirar en esta vida. Por esta razón debemos orar para poder ser constantes, utilizando los medios que Dios nos ha proporcionado para poder conseguir este objetivo: la oración, ayudando a los demás, haciendo uso habitual de los sacramentos, asociándonos con buenas personas, y escuchando y leyendo las Sagradas Escrituras.

Debemos ser como quienes navegan por el mar. Ellos que observando siempre la estrella polar logran un gran avance porque saben que están yendo en la dirección correcta. Sigamos esa hermosa estrella y esa brújula divina sin miedo alguno, porque es nuestro Señor quien nunca nos falla.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Domingo 28 en el Tiempo Ordinario (Octubre 13 de 2019)

Las lecturas de hoy hacen énfasis en la gratitud. La gratitud juega un papel tan central para la Espiritualidad Salesiana que San Francisco de Sales la incluye como parte de su método para la meditación. A continuación reproducimos algunas oraciones salesianas contemporáneas sobre la gratitud:

Gracias Dios: por calmar el apuro de mi alma para que no se tropiece, por reemplazar mi ansiedad y mi preocupación por atención y dedicación, y por recordarme que una sola cosa es necesaria: la confianza en ti.

Gracias Dios por todos los dones que me has dado este día. Sólo tú sabes cuántas veces, en mi afán de hacer las cosas a mi manera, me he tropezado contigo sin siquiera reconocerte. Agradezco la paciencia que tienes conmigo. Pido por que yo pueda permitirte cumplir con tu parte.

Gracias Dios por bendecir mis esfuerzos, sin que te haya importado el que hayan sido grandes o pequeños, o si han sido llevados a cabo bien o mal. Lo único que te ha importado es que yo he hecho un esfuerzo por cumplir Tu Voluntad. Eso siempre ha bastado.

Gracias por responder a mi ira con tu gentileza, por responder con tu verdad a mis mentiras insignificantes, por sanar mis heridas, y por sanar a aquellos a quienes he herido.

Gracias por llevarme de la mano en este día. Gracias por un día lleno de mil pruebas triviales, y de pequeñas oportunidades, y por la fuerza que he tomado prestada de ti en aquellos momentos dispersos en que he reconocido tu presencia, y he respondido a ella de la mejor manera que pude hacerlo.

Gracias por plantar, en cada rincón de este día, pequeños recordatorios de tu presencia, en otras palabras, dulces inspiraciones destinadas a florecer en amor. Cultiva estas inspiraciones en mi todos los días que están por venir. ¡Por favor no te detengas ahora!

Gracias por caminar conmigo, por hablar conmigo, y por guiarme con gentileza en medio del jardín de tu amor. Gracias por colocarme en este jardín donde yo sólo te encontraré.

(Adaptación basada en Libera tu Corazón (Set Your Heart Free), de John Kirvan, Ave Maria Press, 1997)

Domingo 27 en el Tiempo Ordinario (Octubre 6, 2019)

Las lecturas del Evangelio de hoy nos recuerdan que pertenecer a una comunidad creyente no es suficiente. Para que nuestra fe viva debemos compartirla a través de nuestro servicio. San Francisco de Sales opina lo siguiente:

La fe viviente produce los frutos de las buenas obras en cualquier temporada. Cuando nos abrimos a recibir las verdades de la palabra de Dios vivimos de acuerdo a Su amor, y no de acuerdo a nuestra naturaleza. De este modo, nuestra fe en el amor divino nos eleva para unir nuestro espíritu con Dios, y nos lleva a amar la imagen de Dios en los demás.

El siervo atento debe demostrar que posee una fe infranqueable en nuestro Salvador, especialmente cuando se enfrenta a problemas interiores y exteriores. No debemos perder nuestro coraje, menos aun cuando estamos intentando ayudar a quienes se niegan a aceptar el amor de Dios. Por el contrario, debemos orar y ayudarlos tanto como su desgracia nos lo permita. Utilicemos todos los remedios a nuestro alcance para prevenir el inicio, desarrollo, y dominio de la maldad. Imitemos a nuestro Señor en este sentido; El nunca deja de exhortarnos, prometernos, prohibirnos, ordenarnos e inspirarnos para que alejemos nuestra voluntad de la maldad, pero sin privar nuestra voluntad de su libertad.

Aun así, no busquemos un amor que intente sobrepasar la perfección en esta tierra. Nuestro progreso por la senda del amor sagrado puede ser comparado a esa mítica ave llamada el fénix. Una vez el fénix resurge de entre las cenizas, acabando de salir del cascaron, no posee más que unas plumas endebles y pequeñas que sólo le permiten saltar en lugar de volar. A medida que va adquiriendo fuerza, planea libremente por el aire pero no permanece volando por mucho tiempo, y desciende a la tierra a descansar. Una vez su fuerza y su espíritu han sido completamente renovados, el ave permanece en la cima de la montana. Cuando lleguemos al cielo, nosotros poseeremos un corazón y un espíritu completamente libres de contradicciones y conflictos. Como aún no poseemos ni el espíritu, ni la fuerza de los bienaventurados, por ahora es suficiente que amemos con todos nuestro corazón. Esto simplemente significa, amar con un corazón bueno y sin reserva. ¡Coraje hermanos! Encendamos nuestra fe una vez más, avivémosla utilizando los dones que Dios nos ha concedido, para llevar a cabo las buenas obras por medio del amor sagrado; sin duda esto está en nuestro poder.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Domingo 26 en el Tiempo Ordinario (Septiembre 29, 2019)

Las lecturas de hoy nos recuerdan que continuamente debemos abrirnos a recibir el amor de Dios, y trabajar por ese amor que aún Le debemos. San Francisco de Sales observa lo siguiente:

Ricos y pobres por igual son llamados a cumplir con el servicio que se le debe a Dios. En el Evangelio de hoy vemos como Lázaro, a través del sufrimiento, persevera en su fiel amor a Dios y muere feliz. Mientras que el rico se aferró con tal fuerza a su riqueza que la convirtió en su dios.

Al igual que el rico, nosotros podemos llegar a obsesionarnos con nuestras posesiones. Cuando eso ocurre, oramos para que Dios haga nuestra voluntad, en lugar de orar para nosotros cumplir con la voluntad de Dios. En otras palabras, tratamos de utilizar a Dios como un medio para nuestros fines, lo cual es una ilusión. Dios mismo es nuestro fin verdadero.

La avaricia no es la única inclinación desordenada que podemos llegar a experimentar. Existen otras, que incluyen el egoísmo, la ira, el orgullo o la envidia. Pero si nos abrimos a recibir el amor de Dios, ni nuestro temperamento, ni nuestras inclinaciones, van a entorpecer nuestros continuos esfuerzos por lograr llevar una vida santa. Aun así, no importa cuán abundante sea una fuente de agua, la potencia con que esta agua regará las plantas del jardín es directamente proporcional al tamaño de la canal que la transporta. El Espíritu Santo es como una fuente de agua viva que fluye dentro de nuestros corazones intentando empaparlos con su gracia, siempre y cuando nosotros accedamos a ello. La gracia jamás nos fallará, por el contrario, somos nosotros quienes faltamos a la gracia. El amor vivificante de Dios jamás resulta deficiente, siempre y cuando nosotros tengamos la voluntad de recibirlo.

Después de su conversión San Pablo, quien por naturaleza era astuto, descortés y severo, se abrió completamente a recibir la gracia de Dios. Entonces el amor de Dios, apoderándose de la severidad de Pablo, lo convirtió en un hombre decidido a hacer el bien, e invencible para que pudiera enfrentar toda clase de sufrimientos y trabajos ¿Acaso el amor de Dios no está por encima de la naturaleza? Sean perseverantes, y con la ayuda de Dios podrán reestructurar todas sus inclinaciones de forma racional. Entonces se volverán más atentos al amor que le deben a Dios, y todas sus buenas obras darán los frutos que proceden del Espíritu de Dios, que es el manantial de nuestro propio espíritu.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Domingo 25 en el Tiempo Ordinario (Septiembre 22, 2019)

El Evangelio de hoy nos dice que las personas que viven en función de sí mismas, y de sus necesidades, son calculadoras con sus amistades. Los cristianos por otra parte, deben enfocarse en ser confiables y servir a Un Sólo Amo. He aquí algunos de los pensamientos de San Francisco de Sales con respecto a la amistad:

La existencia y la continuidad de la verdadera amistad requiere que exista una comunicación estrecha entre los amigos. Cuando sentimos gran estimación por aquellos a quienes amamos, abrimos nuestro corazón a su amistad de tal manera que sus inclinaciones, buenas o malas, puedan entrar en nosotros. Cuando una abeja cualquiera sale en busca exclusivamente de miel, al succionar, sin saberlo, también absorbe las cualidades venenosas de la planta de la cual ha sacado esa miel. Nuestro Señor nos ha dicho que debemos ser buenos banqueros y cambistas. No reciban dinero mal habido junto con el buen dinero. Esto quiere decir, no se comprometan con ningún tipo de amor que sea contrario al amor de Dios.

Es cierto que debemos amar a nuestros amigos a pesar de sus culpas. Aun así, la verdadera amistad requiere que compartamos lo bueno, no lo malo. Quienes buscan oro en un río lo hacen tamizando la arena que van dejando depositada en la orilla. Del mismo modo aquellos que comparten una buena amistad deben remover la arena de las imperfecciones, y no permitir que estas entren en sus almas.

La verdadera amistad reside en el corazón, donde el amor de Dios ocupa el lugar principal. Por lo tanto esa amistad está cimentada en el amor de Dios, y esto garantiza que durará por siempre. Esa amistad anima, ayuda, y aconseja a los amigos que hagan buenas obras. Cuando dos personas transitan por un camino resbaloso se apoyan la una en la otra para evitar caerse; eso mismo ocurre con la amistad que es genuina. Esta nos mantiene a salvo y nos ayuda ante los muchos peligros que debemos enfrentar. Esta no permite que el amigo perezca ante la maldad sin antes tratar de ayudarlo y de encaminarlo por la senda del bien, porque la amistad genuina sólo puede sobrevivir entre las verdaderas virtudes. Es buena, santa y sagrada. ¡Qué bueno es amarnos y apreciarnos los unos a los otros en este mundo, del mismo en que lo haremos, eternamente, en la vida próxima!

Domingo 24 en el Tiempo Ordinario (Septiembre 15, 2019)

Las lecturas de hoy nos recuerdan el deseo de Dios, motivado por su gran amor, de ir en nuestra búsqueda cuando nos hemos descarriado. A continuación presentamos algunas reflexiones hechas por San Francisco de Sales sobre la misericordia amorosa de Dios:

El vino que deleita y fortalece el corazón representa toda la dicha y las satisfacciones terrenales. Por otra parte, el amor de Dios, por sobre todos los placeres terrenales, posee una fuerza y un poder incomparable para restaurar y refrescar el corazón humano. Solo el amor divino tiene la capacidad de otorgar al corazón humano la satisfacción y la dicha perfecta. Nuestro Amante Divino no se contenta con tan sólo proclamar públicamente su intenso deseo de ser amado. Nuestro Salvador va de puerta en puerta, golpeando, reprochando, y proclamando: ¡Regresa a mí y vive! Yo te he amado con un amor que es eterno.

Nuestro Salvador jamás deja de demostrarnos que su misericordia está por encima de todas sus obras, aún si nos apartamos demasiado de la senda del amor de Dios. Cuando nuestro Señor ve un alma zambullida en el mal se apresura a ayudarla. Al acceder al amor de Dios, que viene a rescatarnos de nuestra miseria, somos como plantas casi marchitas que en un momento se vieron debilitadas por el invierno, pero que ahora crecen verdosas y vigorosas. Entonces recuperamos nuestras fuerzas, y nuestra vida, gracias al “vino” del amor celestial que alegra el corazón humano. Dios, en su infinita misericordia, desea que todos alcancemos la vida eterna, y que nadie perezca.

Aun así, todos nosotros guardamos uno que otro amor falso. Estos amores nos alejan de nuestra inclinación natural a amar a Dios. Pero si somos fieles a esta inclinación, la misericordia de Dios nos ayudara a progresar en el amor sagrado. Por eso entonces, vertamos en presencia de Dios todos esos amores desordenados que poseemos, y permitamos que El nos transforme completamente. Traten de mantener su voluntad firmemente anclada en ese deseo de encontrar el bien que Dios les ha mostrado, y así nuestro Señor los ayudara a progresar en el ejercicio del amor divino. Dios ha dispuesto que la cura supere siempre a la enfermedad. La Divina Providencia más de una vez ha hecho que dos piezas de madera torcidas se conviertan en hermosas obras de arte.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Domingo 23 en el Tiempo Ordinario (Septiembre 8, 2019)

El Evangelio de hoy nos recuerda que si en verdad valoramos el hecho de ser discípulos de Jesús, debemos ser decididos, y nuestra mente debe estar enfocada solamente en aquellas cosas que nos conducen por la senda del amor a Dios, y del amor a nuestros semejantes. San Francisco de Sales dice que es posible que esta labor requiera una reorientación de nuestros afectos:

El amante verdadero no se deleita en casi ninguna otra cosa que no sea el objeto de su amor. Así mismo sucede con nuestras amistades que son buenas y excelentes. Estas amistades son enteramente para Dios, y de Dios. El amor y la amistad que tenemos en Dios nos durará toda la eternidad, ya que su cimiento, que es sólido y permanente, es el amor divino.

Como resultado de nuestro deseo de amar a Dios, sobre todas las cosas, poco a poco nos vamos desprendiendo de todos aquellos afectos que son insignificantes, que no tienen valor ante EL, ya que nada nos garantiza que durarán por siempre. Además, sentir amor por cosas y amistades cuyo núcleo no es el amor de Dios sólo nos llevará por una senda vacía. Aún así no podemos permanecer demasiado tiempo privados de toda clase de afectos. Debemos aceptar aquellos afectos que sean dignos de nuestro servicio al amor divino. Si nos hemos despojado de nuestro antiguo amor por nuestros padres, nuestro país, nuestro hogar, nuestros amigos y nuestras cosas, ahora debemos reanudar ese afecto por ellos, pero de forma completamente nueva. Ahora este afecto que sentiremos no será para nuestro beneficio propio, sino que hará parte de nuestro servicio a la gloria de Dios.

El pescador teje una red sólida y bien amarrada, de forma que esta pueda flotar sobre las olas del mar. Estando en sus nidos las aves son amas del océano. Del mismo modo, aún si existen cosas transitorias que rodean sus corazones manténganlos siempre a flote, por encima de cualquier cosa, para que así puedan presidir sobre ellas. Sus corazones deben estar abiertos solamente para el cielo. Una vez que dejamos todo por el amor de Dios, adquirimos la libertad para poner en práctica las virtudes de acuerdo al amor divino. Amemos pues a nuestros queridos amigos, amemos nuestras relaciones y nuestras cosas, pero sólo por medio del amor y la amistad sagrada, los cuales perdurarán en la eternidad.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Decimosegundo Domingo en el Tiempo Ordinario (Septiembre 1, 2019)

Las lecturas de hoy nos enseñan que la humildad y la generosidad son valores que nos otorgaran la vida eterna. He aquí algunos de los pensamientos de San Francisco de Sales sobre estas virtudes, que se hacen presentes en varios de sus escritos:

La humildad es completamente generosa, y hace que asumamos todas las tareas que se nos han encomendado armados de un coraje invencible. Cuando somos humildes nos sobra la valentía, porque estamos depositando toda nuestra confianza en Dios en vez de en nosotros mismos. Al mismo tiempo la confianza en Dios da origen a un espíritu generoso en nosotros.

Nuestro generoso corazón puede estar lleno de dudas sobre nuestra propia capacidad de realizar cualquier cosa. Pero no debemos quedarnos sumidos en esas dudas, sino que debemos seguir haciendo aquellas cosas que sabemos que van a complacer a Dios. Cuando realizamos una labor nuestras dudas emergen porque valoramos en gran medida nuestra reputación. Deseamos ser maestros que jamás cometen un error. Pero son nuestras amadas imperfecciones las que nos obligan a reconocer nuestras deficiencias, y hacen que pongamos en práctica nuestra humildad, el amor sacrificado, la paciencia, y la vigilancia. A la final, los procesos que vivimos en medio del dolor engrandecen nuestro corazón e incrementan nuestro coraje. Dios siempre se complace en poder levantarnos cuando nos encontramos débiles.

No debemos preocuparnos si nos damos cuenta que aún somos novatos a la hora de poner las virtudes en práctica. La totalidad de nuestra existencia está destinada a un proceso de aprendizaje sobre cómo amar de forma divina. Nuestra obligación de servir a Dios, y de avanzar por la senda del amor a Dios, continuará hasta el día de nuestra muerte. Si bien es cierto que Dios nos ha encomendado que hagamos todo lo posible por adquirir las virtudes sagradas, nuestra labor es cultivar nuestras almas de manera correcta. Por lo tanto debemos cuidar de ellas fielmente. Pero en lo que se refiere a cultivos y cosechas abundantes, dejemos que sea nuestro Señor quien se encargue de ellos. El labriego jamás será culpado por no haber tenido una buena cosecha, a menos que no haya labrado o sembrado sus tierras con el cuidado necesario. Por lo tanto avancemos con paciencia, y en lugar de molestarnos por haber conseguido un mínimo progreso en el pasado, tratemos de ser más diligentes para así obtener mayores resultados en el futuro.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Decimoprimer Domingo en el Tiempo Ordinario (Agosto 25, 2019)

En el Evangelio de hoy se nos recuerda que para poder entrar en el reino de Dios necesitaremos la misma fuerza que tuvieron Abraham, Isaac, y Jacobo, para confiar en la bondad de Dios. He aquí algunos de los pensamientos de San Francisco de Sales sobre cómo podemos desarrollar nuestra confianza en la bondad de Dios:

La confianza en Dios es la vida del alma. Para poder desarrollar nuestra confianza en EL primero debemos aprender a amar SU bondad. Solo podemos experimentar la bondad de Dios si abrimos nuestros corazones y permitimos que El entre en ellos. Debemos aprender a hablar con Dios, y a escuchar cuando El nos habla en lo profundo de nuestro corazón. Es entonces que comenzaremos a sentir amor por las cosas de Dios.

A veces cuando pasamos por circunstancias difíciles pareciera que nuestra confianza en Dios se debilitara. Cuando nos sintamos así debemos decir a Nuestro Señor, “Aún cuando ahora siento que no confió en ti soy consciente de que tu eres mi Dios, y por ello me encomiendo completamente en tus manos, esperanzado en tu bondad”. Aún si esto nos parece difícil de decir no es imposible. Entre más reconozcamos que nos falta la fuerza necesaria para confiar en Dios, más razones tendremos para confiar en Su bondad y en Su misericordia. Nuestras almas darán vida a Jesucristo. Hasta el momento en que El nazca en nosotros no podremos evitar sufrir en el cumplimiento de nuestra labor. Pero tengan la seguridad que Dios será tan gentil y misericordioso con nosotros en nuestros momentos de debilidad e imperfección, como lo es en nuestros momentos de fortaleza y perfección.

Cuando nuestra fuerza y nuestra confianza en el amor por las cosas de Dios incrementan, logramos despojarnos de aquellos afectos inferiores que no provienen de Dios. Buscar solamente el reino de Dios, y desear solamente dar testimonio de nuestra confianza en la bondad de Dios por medio del trato a los demás, es algo vivificante. Cuando aprendemos a confiar en Dios, logramos cosechar los frutos de nuestra confianza en Su bondad. Del mismo modo en que los marineros que arriban al puerto al que estaban destinados observan el cielo que se extiende sobre sus cabezas, en lugar de observar el mar por el cual navegan, ustedes deben observar a Dios. El trabajará con ustedes, en ustedes, y para ustedes. Como resultado su confianza en la bondad de Dios será fortalecida.

(Adaptación de las lecturas de San Francisco de Sales)