Cuarto Domingo de la Cuaresma (31 de Marzo de 2019)

Cuarto Domingo de la Cuaresma (31 de Marzo de 2019)

Las lecturas de hoy hacen un llamado para que vivamos como hijos de la luz. Es el Dios de Jesucristo quien nos guía en medio de nuestra ceguera, y nos conduce por la senda de la luz del amor de Dios. San Francisco de Sales hace una acotación similar cuando nos dice: “Cuando salimos a caminar al medio día, escasamente alcanzamos a ver la luz del sol cuando ya empezamos a sentir su calor. Así mismo sucede con la luz de la fe: escasamente alcanza a iluminarnos cuando ya empezamos a sentir el calor del amor de Dios que nos colma de esperanza en Su bondad. Cuando nos esmeramos por hacer todo lo que está a nuestro alcance para abrir nuestros corazones, y recibir el amor divino, nuestra fe se aviva y nuestra esperanza se fortalece. La fe es lo que hace posible que podamos comprender la belleza, la bondad que encierra el misterio de Dios revelado en Jesucristo”.

Cuando aceptamos las enseñanzas de Jesús en la fe, el amor sagrado ilumina nuestros corazones. Es a través de Cristo que Dios nos acerca a la luz de la fe. En el momento en que Él nos otorga la fe, Él entra en nuestra alma y se comunica con nosotros por medio de las inspiraciones. Sólo Dios puede iluminarnos y hacer que nuestros ojos enceguecidos puedan volver a ver. Cuando la luz de Dios nos permite identificar la fuente de nuestra ceguera, esa es una indicación de conversión interior. Entonces nos liberamos de nuestros deseos egoístas, y llegamos a conocernos verdaderamente, y a aceptarnos a nosotros mismos como hijos de la luz. Aun cuando siempre habrá en nosotros un profundo deseo de lograr la felicidad, la fe nos revela la infinita maravilla de la felicidad eterna.

La fe es la mejor amiga de nuestro espíritu; es la base de nuestra esperanza y de nuestro amor. La fe es lo que nos da la certeza de que la oferta que Dios nos ha hecho, de que nos otorgará su gracia, es imperecedera. Por lo tanto, no debemos temer a Nuestro Salvador, ya que Él nos tratará como un buen padre y madre tratan a sus hijos. Cuando los hijos van caminando por el prado suave, los padres les permiten caminar solos ya que no hay riesgo de que se hagan daño. En cambio cuando llegan a un camino que consideran peligroso, los padres toman a sus hijos en sus brazos y los cargan con ternura. Ofrezcamos a Dios todo lo que somos. Caminemos siempre por la senda del amor al prójimo, tal y como es nuestro deber hacerlo por ser los hijos queridos de Dios. De esta manera conseguiremos vivir como hijos de la luz.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)