Cuarto Domingo de la Cuaresma (Marzo 11 de 2018)

El Evangelio de hoy (opción del Ciclo A) nos cuenta cómo Jesús curó a un hombre que había nacido ciego. Es Dios, a través de Jesucristo, quien nos provee los ojos de la fe, para que podamos contemplar el misterio del amor divino en toda su plenitud. San Francisco de Sales nos explica cómo Dios nos atrae a la conversión continuamente:

Sólo Dios puede iluminarnos y ayudarnos a salir de nuestra ceguera. En el momento en que EL nos da la fe, EL entra en nosotros y atrae nuestra mente por medio de las buenas inspiraciones. Dios nos propone los misterios de la fe de una forma tan agradable, que nosotros accedemos a ellos sin duda alguna y sin oponer resistencia.

La fe, la mejor amiga de nuestro espíritu, nos exhorta a amar la belleza que encierran las verdades del misterio de Dios. Cuando salimos a tomar el sol del medio día, escasamente alcanzamos a ver la luz cuando ya estamos sintiendo su calor. Lo mismo sucede con la luz de la fe. Tan pronto como la luz de la fe nos ilumina, empezamos sentir el calor del amor celestial. La fe nos permite saber con total certeza que Dios existe y que EL es la bondad infinita. Cuando las tentaciones hacen que cuestionemos nuestra fe, debemos contestar a dichos cuestionamientos con nuestro corazón y no con la razón. La razón admite sus limitaciones. La razón nos dice que aún cuando el misterio de Dios supera nuestra capacidad para comprenderlo, nuestra fe en Dios es completamente razonable. Al igual que San Agustín, afirmemos nuestra fe diciendo: “¡Señor yo sí creo, pero ayúdame con mi falta de fe!”

Llenos de fe enfoquémonos en cultivar el don de la conversión continua que Dios nos ha otorgado, y hagámoslo con sobrecogimiento y con plena confianza. Hagamos del amor de Dios algo efectivo en nuestras vidas, siendo firmes y perseverando en nuestros buenos deseos y nuestras resoluciones sagradas. Dios nos acerca hacia Sí mismo sin necesidad de obligarnos ni de recurrir a la violencia, sino valiéndose de los lazos de amor y de gentileza para que podamos comenzar a hacer todo lo que hacemos por medio del amor. Entonces no tengamos miedo de Nuestro Señor quien desea poseer nuestro corazón completamente. Por el contrario, pongámonos amorosamente en manos de nuestro Salvador quien desea obrar grandes milagros en nosotros, siempre y cuando le permitamos abrir nuestros ojos.

(Adaptación de los Escritos de San Francisco de Sales)