Décimo Quinto domingo en el Tiempo Ordinario (Julio 14, 2019)

Décimo Quinto domingo en el Tiempo Ordinario (Julio 14, 2019)

Hoy recordamos que Jesús es la manifestación de Dios quien tanto desea nuestro amor, que hemos sido mandados a amarlo con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra fuerza y con toda nuestra mente. San Francisco de Sales ofrece la siguiente reflexión:

Dios ha sembrado en el corazón humano una inclinación especial y natural a amar el bien en general. Del mismo modo sembró en nosotros el deseo de amar Su bondad, que es mucho mejor y más amorosa que todas las cosas. El deseo de Dios de obtener nuestro amor es tan grande que hemos sido mandados a amarlo con toda nuestra fuerza. Por ello no tenemos pretexto alguno para dejar de amar la bondad infinita de Dios, la cual anima todas las almas. Cuando los mandamientos son decretados por amor le otorgan bondad a aquellos no la tienen, e incrementan la bondad en quienes ya la poseen. La ley del amor de Dios nos va quitando el desanimo a medida que refresca y reestablece nuestros corazones. Hacer lo que amamos no es un trabajo duro, pero aún si lo fuese, sería un arduo trabajo que no obstante amaríamos.

Las águilas tienen corazones fuertes y una gran capacidad de vuelo, pero su vista es mucho más poderosa que su destreza al volar. Es por ello que su vista se extiende mucho más allá, y mucho más rápido que sus alas. Del mismo modo nuestra razón nos hace conscientes de que la bondad de Dios es amorosa por sobre de todas las cosas. Pero nuestras mentes poseen más luz para discernir que Dios merece nuestro amor, que fuerza de voluntad para amar Su bondad. Por consiguiente, nuestro deseo natural de profundizar en el amor a Dios se ve truncado cuando los apetitos y sentimientos egoístas despiertan en nosotros.

Nuestro corazón humano produce de forma natural algunos inicios de amor a la bondad de Dios. Pero cualquier progreso en relación al objetivo de amar a Dios por sobre todas las cosas, es algo que se genera únicamente en los corazones que son asistidos y animados por la gracia divina. Aún así, si cooperamos fielmente con nuestra inclinación natural a amar a Dios por encima de todo, Su divina misericordia gentilmente nos proveerá toda la ayuda necesaria para que aprendamos a amar de forma divina.

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales)