Decimocuarto Domingo en el Tiempo Ordinario (Julio 9 de 2017)

El Evangelio de hoy nos habla sobre la necesidad de que nuestros corazones sean gentiles y humildes. San Francisco de Sales observa lo siguiente:

Asegúrense de que la gentileza y la humildad sean valores que se hallan en sus corazones. Poco a poco deben lograr que sus ágiles mentes aprendan a ser pacientes, gentiles, humildes, y afables ante las mezquindades, la inmadurez, y las imperfecciones de los demás. La humildad y la gentileza son genuinas y buenas, cuando logran protegernos de la inflamación e hinchazón que usualmente nos producen las heridas en nuestros corazones.

Una de las mejores formas de poner en práctica el valor de la gentileza, es cuando la cultivamos dentro de nosotros mismos. La razón nos exige que nos sintamos disgustados y arrepentidos cada vez que cometemos una falta. Aún así, cuando esto ocurre, no debemos dejarnos llevar por un disgusto emocional que nos haga sentir amargura, pesimismo, o rencor en contra de nosotros mismos. La mejor manera de corregir nuestros errores es a través del arrepentimiento tranquilo y firme, en lugar de optar por la severidad. Los ataques de ira en contra de nosotros mismos tienen su origen en nuestro amor propio, el cual se muestra trastornado y disgustado al verse obligado a reconocer su imperfección. Si yo verdaderamente hubiese cometido una falta, corregiría a mi corazón de una manera razonable y compasiva, y le diría: “¡Ay mi pobre corazón, henos aquí, hemos caído al hoyo que con tanta determinación resolvimos evitar! Bueno, debemos levantarnos de nuevo y dejarlo atrás para siempre. Encaminémonos una vez más por la senda con plena confianza en Dios. EL nos ayudará, y la próxima vez lo haremos mejor”.

Cuando ustedes sientan paz interior lleven a cabo todos los actos de gentileza que puedan, sin importar cuán pequeños sean, y hagan todo lo posible por desarrollar un espíritu de compasión. Si reprendemos, corregimos, y advertimos, dando prevalencia a la razón, y con serenidad, todos la amarán y aprobarán sin importar cuán firme sea. Si sentimos que la ira se ha despertado en nosotros debemos implorar la ayuda de Dios, tal y como lo hicieron los apóstoles cuando el viento y la tormenta los lanzaron de un lado a otro. Esta vida es sólo una travesía, cuyo destino final es la feliz existencia que aún está por venir. Debemos marchar como compañeros, unidos por la gentileza, la paz, y el amor.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, en particular Francisco de Sales, Juana de Chantal, de J. Power & W. Wright, Paulist Pres).