Domingo 25 en el Tiempo Ordinario (Septiembre 22, 2019)

El Evangelio de hoy nos dice que las personas que viven en función de sí mismas, y de sus necesidades, son calculadoras con sus amistades. Los cristianos por otra parte, deben enfocarse en ser confiables y servir a Un Sólo Amo. He aquí algunos de los pensamientos de San Francisco de Sales con respecto a la amistad:

La existencia y la continuidad de la verdadera amistad requiere que exista una comunicación estrecha entre los amigos. Cuando sentimos gran estimación por aquellos a quienes amamos, abrimos nuestro corazón a su amistad de tal manera que sus inclinaciones, buenas o malas, puedan entrar en nosotros. Cuando una abeja cualquiera sale en busca exclusivamente de miel, al succionar, sin saberlo, también absorbe las cualidades venenosas de la planta de la cual ha sacado esa miel. Nuestro Señor nos ha dicho que debemos ser buenos banqueros y cambistas. No reciban dinero mal habido junto con el buen dinero. Esto quiere decir, no se comprometan con ningún tipo de amor que sea contrario al amor de Dios.

Es cierto que debemos amar a nuestros amigos a pesar de sus culpas. Aun así, la verdadera amistad requiere que compartamos lo bueno, no lo malo. Quienes buscan oro en un río lo hacen tamizando la arena que van dejando depositada en la orilla. Del mismo modo aquellos que comparten una buena amistad deben remover la arena de las imperfecciones, y no permitir que estas entren en sus almas.

La verdadera amistad reside en el corazón, donde el amor de Dios ocupa el lugar principal. Por lo tanto esa amistad está cimentada en el amor de Dios, y esto garantiza que durará por siempre. Esa amistad anima, ayuda, y aconseja a los amigos que hagan buenas obras. Cuando dos personas transitan por un camino resbaloso se apoyan la una en la otra para evitar caerse; eso mismo ocurre con la amistad que es genuina. Esta nos mantiene a salvo y nos ayuda ante los muchos peligros que debemos enfrentar. Esta no permite que el amigo perezca ante la maldad sin antes tratar de ayudarlo y de encaminarlo por la senda del bien, porque la amistad genuina sólo puede sobrevivir entre las verdaderas virtudes. Es buena, santa y sagrada. ¡Qué bueno es amarnos y apreciarnos los unos a los otros en este mundo, del mismo en que lo haremos, eternamente, en la vida próxima!