Decimo Noveno Domingo en el Tiempo Ordinario (12 de agosto de 2018)

Decimo Noveno Domingo en el Tiempo Ordinario (12 de agosto de 2018)

En la primera lectura de hoy San Pablo nos ruega que cambiemos nuestra vida de ira y maldad por una vida de bondad, de compasión y de perdón que se convierta en el sello que nos identifique como hijos de Dios. San Francisco de Sales nos dice cómo podemos pasar de la rabia a la gentileza y la bondad:

Uno de los mejores ejercicios de gentileza que podemos poner en práctica empieza con nosotros mismos. Para poder permitir que la gentileza reine en nuestros corazones, primero debemos dejar de molestarnos por nuestros defectos. Es natural que la razón haga que nos sintamos disgustados y avergonzados cuando cometemos una falta. Sin embargo, no debemos dejar que nuestros corazones se queden empapados de la amargura y el rencor que provienen de nuestro amor propio y egoísta, ese amor que queda desequilibrado al tener que enfrentarse a su propia imperfección. Esto restringe nuestra habilidad para amar.

Cuando estamos enfadados todos creemos que nuestra rabia es justificada. Pero créanme cuando les digo que un padre que reprende a su hijo con dulzura y amor tendrá un efecto más eficaz en él, que aquel que lo hace con rabia y conmoción. Así mismo, cuando nosotros cometemos una falta, si reprendemos a nuestro corazón demostrando más compasión por él que rabia en su contra, el arrepentimiento entrará en nosotros de una manera mucho más efectiva. Si por alguna razón nos dejamos llevar por la ira, repitamos lo siguiente: “Ay de mi pobre corazón, henos aquí ¡hemos caído en el mismo pozo que con tanta firmeza habíamos resuelto evitar! Bueno, nuestro deber ahora es levantarnos de nuevo y dejarlo para siempre”. Con un gran coraje, con confianza y seguridad en la misericordia de Dios, debemos regresar a la senda de la virtud. Cuando su mente esté en paz dedíquense a construir una reserva de gentileza. Que todas las palabras que digan y todas las cosas que hagan, sean dichas y hechas de la forma más serena que les sea posible. Permanezcan en paz. Nadie es tan santo como para no tener ningún defecto.

Aun así, todos hemos sido llamados a poner en práctica la libertad propia de los hijos de Dios que se saben amados. Ellos escogen libremente cumplir con la voluntad del Padre celestial quien los alimenta con el Pan de la Vida, su hijo Jesús. Debemos seguir caminando como hermanos y hermanas que somos, unidos en la bondad, la compasión y el perdón. Dios nos ama siempre, incluso en nuestros momentos de mayor debilidad. Es nuestro deber hacer lo mismo; en primer lugar con nosotros mismos y después con nuestros semejantes.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)