Vigésimo Octavo Domingo en el Tiempo Ordinario (14 de octubre de 2018)

En el Evangelio de hoy nos reta a que dejemos todo a un lado y sigamos a Jesús quien nos traerá la verdadera riqueza. Al respecto, San Francisco de Sales nos dice algo similar:

Dejar a un lado todas nuestras posesiones terrenales significa que debemos ponerlo todo en manos de nuestro Señor. Paso seguido, debemos pedirle que nos conceda el don de poder amarlo verdaderamente de la forma en que Él desea que lo hagamos. Ustedes pueden atesorar riquezas siempre y cuando éstas se limiten a ocupar un lugar en sus casas, no en sus corazones. Ustedes pueden dedicarse a incrementar sus fortunas y sus recursos, siempre y cuando lo hagan de una manera que sea no solo justa sino también honrada y caritativa, y que además dediquen esa fortuna para honrar y glorificar a Dios. Nuestra obligación es amar a Dios por sobre todas las cosas, y después de eso amar a los demás.

Para poder amar a Jesús, es necesario que también le entreguemos nuestras posesiones imaginarias, como es el caso del honor, los afectos, y la fama, para que así podamos dedicarnos a buscar la gloria a Dios en todas las cosas. Nuestras posesiones no son nuestras, Dios nos las ha dado para que las cultivemos y es Su deseo que las hagamos fructíferas para beneficio del Reino en la tierra. Por lo tanto, nuestra obligación es cuidarlas y hacer uso de ellas según Su voluntad.

Liberarnos de nuestras posesiones significa apartar de nuestras vidas todo lo que sea superfluo y que no provenga de Dios. Aun así, a nadie se le ocurriría emplear un hacha para podar una viña de un solo tajo. La forma adecuada de hacerlo es nadie utilizaría un hacha para podar una viña; la manera adecuada de hacerlo es utilizar una hoz para cortar muy cuidadosamente los sarmientos uno por uno. En nuestro caso, debemos proceder de igual manera: debemos avanzar paso a paso. No podemos pretender llegar al lugar en el que aspiramos estar en un solo día.

Emprender la búsqueda del cumplimiento de la voluntad de Dios en nuestras vidas implica una labor enorme, y a la vez resulta pequeña comparada con la magnitud de la recompensa que recibiremos. Una persona generosa puede lograrlo todo con la ayuda del Creador. Asegúrense en todo momento de poner la esencia misma de sus corazones en manos de nuestro Salvador. Entonces verán que a medida que el divino Amante va asumiendo Su lugar en sus corazones, el mundo y todas sus búsquedas inútiles irán quedando a un lado y ustedes podrán vivir llenos de dicha, y en completa y perfecta libertad de espíritu como hijos de Dios.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)