Decimotercer Domingo del Tiempo Ordinario (2 de julio de 2017)

Decimotercer Domingo del Tiempo Ordinario (2 de julio de 2017)

En el Evangelio de hoy, Jesús nos dice cómo debemos amarlo si vamos a ser Sus discípulos. San Francisco de Sales observa lo siguiente:

La voluntad de Dios era que Adán amara a Eva con ternura, pero no a tal grado que el complacerla transgrediera la orden que Dios le dio. El amor de nuestra familia, amigos y benefactores es lo que desea Dios. Aun así, podemos llegar a amarlos en exceso. Este también puede ser el caso con nuestra vocación, no importa cuán espiritual, e incluso con nuestras devociones cuando las amamos como si fueran nuestra finalidad. Debemos recordar que estos solo son medios para alcanzar nuestro propósito definitivo: el amor de Dios.

¿Por qué surge nuestro amor excesivo por las personas y las cosas? Porque esas cosas que debiéramos amar conforme a la voluntad de Dios, las amamos por otras causas y motivos. Puede que esos motivos no sean contrarios a Dios pero están al margen de Él. Es decir, se centran más en nuestros deseos que en aquello que Dios desea para nosotros.

Aun así, hay almas que aman solo aquello que Dios desea y de la manera en que Dios lo desea para ellos. Bienaventuradas son realmente dichas almas porque aman verdaderamente a Dios, a sus amigos en Dios, e incluso aman a sus enemigos por Dios. Es a Dios a quien ellos aman por sobre todas las cosas, e incluso en todas las cosas. Estas almas son excepcionales y singulares. Son como pescadores de perlas que no dicen que están pescando ostras sino perlas. Estas grandes almas encuentran la perla que es la amorosa presencia de Dios en todas las personas y todas las cosas, y esa es la razón de su dicha.

En el Evangelio de hoy, Jesús nos urge a amar del modo que Dios quiere que amemos. Para desear lo que Dios desea para nosotros, debemos despojarnos de todo aquello en nuestros deseos y afectos que no procede de Dios. Entonces seremos libres de amar a todas las personas y cosas en Cristo y para Cristo. Es la presencia del amor divino de Cristo en nosotros lo que nos permite convertirnos en sus discípulos.