DOMINGO 24 EN TIEMPO ORDINARIO (17 de Septiembre de 2017)

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Enfasis Sugerido

“La ira y la rabia son cosas odiosas, y aun así el pecador se aferra a ellas con fuerza. ¿Es correcto que una persona alimente la ira en contra de los demás, y al mismo tiempo espere ser sanada por el Señor?”

Perspectiva Salesiana

¿Alguna vez han estado disgustados? ¿Alguna vez han estado furiosos? ¿Alguna vez han estado enojados? ¡Por supuesto que sí! El enojo (con sus múltiples facetas) inevitablemente hace parte de la vida…algunas veces; de hecho constituye una parte muy volátil de la vida. Como cualquier otra emoción, no se puede negar ni reprimir.

En lo que a las emociones se refiere, el enfado no es un pecado, como no se consideraría pecado la dicha, el miedo o la felicidad. Sin embargo, la manera en que manejamos nuestro enfado – o nuestro fracaso a la hora de manejarlo – determinará si este ha de transformarse en una virtud, o en un vicio: si ultimadamente desembocará en algo constructivo, o en algo destructivo.

Muy pocas personas planean enojarse. El enojo es una respuesta, o una reacción intensa que se desata ante una injusticia o una herida, bien sea real o percibida; es por esto que la mayoría de las veces nos toma por sorpresa. He aquí la dificultad que genera esa emoción tan “molesta”: es precisamente debido a su espontaneidad e intensidad, que el enfado muchas veces nos lleva la ventaja… y con mucha más rapidez puede salirse de nuestro control. El enojo, por así decirlo, puede llegar a convertirse en el inquilino a quien no hemos invitado y que de repente se convierte en el amo de la casa. Francisco de Sales hace la siguiente observación: “Una vez admitimos el enojo es muy difícil volver a expulsarlo. Este empieza como una pequeña rama, y en tiempo record se convierte en una viga”. Francisco de Sales nos da el siguiente consejo: “Es mejor que intentemos encontrar formas de vivir sin el enojo, que fingir que podemos manejarlo de manera discreta y moderada. En la medida en que reine la razón, y que expongamos nuestros reproches y correctivos con calma, las personas los aprobarán y los aceptarán. Pero si hacemos esto con rabia e ira, nuestros reproches, nuestras sanciones, serán recibidas con miedo en lugar de amor”.

Juana de Chantal por su parte sugiere lo siguiente: “Traten de apaciguar sus pasiones y vivan de acuerdo a la razón y la sagrada voluntad de Dios”. Es mejor darle un respiro a nuestro enojo antes de tomar decisiones importantes o de embarcarnos en un curso de acción determinado.

Por encima de todo, no debemos alimentar ni nutrir nuestro enfado. Consentir repetidamente el enojo puede tener resultados desastrosos para nosotros. Cuando nos obsesionamos con nuestras heridas, cuando repasamos dolores pasados, cuando nos aferramos al resentimiento, dejamos de ser personas que se ocasionalmente se enfurecen, para gradualmente convertimos en personas amargadas. Ser adictos a la furia es como beber veneno, pero esperar que sean los demás quienes perezcan. Aunque puede que, por fuera, nuestro enojo realmente haga daño a los demás, el veneno que produce eventualmente nos mata desde adentro.

Atiendan las palabras del Libro de Sirach: "La ira y la rabia son cosas odiosas, y aun así el pecador se aferra a ellas con fuerza. ¿Es correcto que una persona alimente la ira en contra de los demás, y al mismo tiempo espere ser sanada por el Señor? Del mismo modo en que una piedra lanzada hacia arriba va a caer sobre quien la ha lanzado, el golpe dado con rabia va a herir a más de uno. Perdonen las injusticias cometidas por sus semejantes; y así cuando ustedes oren sus propios pecados serán perdonados” (Sir 27: 25; 28: 2-3)

Eviten sustentar y regodearse en la ira; recuerden que esta es una emoción, y que no debe convertirse en una forma de vida.