Octavo Domingo del Tiempo Ordinario (3 de marzo de 2019)

Octavo Domingo del Tiempo Ordinario (3 de marzo de 2019)

“La boca habla según la abundancia del corazón…”

Las selecciones del Libro de Sirácides y del evangelio de Lucas proponen una norma importante con la cual podemos juzgar el corazón y la mente de otra persona: lo que una persona dice y cómo lo dice.

Parece muy obvio, ¿cierto? Las personas negativas tienden a hablar negativamente. Las personas celosas hablan con resentimiento. Las personas prejuiciosas hablan con suspicacia. Sus conversaciones tienden a agobiar a las demás personas.

Por el contrario, las personas positivas hablan con positivismo. Las personas felices hablan con amabilidad. Las personas energéticas hablan con entusiasmo. Sus conversaciones tienden a elevar a otros.

Si los ojos son las ventanas del alma, la conversación parece ser la expresión del corazón.

Francisco de Sales escribe en su Introducción a la vida devota: "Del mismo modo en que los médicos averiguan el mal que aqueja a una persona examinando su lengua, nuestras palabras son un indicio real del estado de nuestras almas" (Parte III, capítulo 26). Este diagnóstico tiene varios aspectos.

Primero: ¿cómo hablamos de Dios? “Si verdaderamente aman a Dios deben hablar con frecuencia de él en sus conversaciones con otras personas... del mismo modo en que las abejas extraen solamente la miel con sus bocas, sus lenguas siempre deben estar endulzadas con Dios... siempre con atención y reverencia" (ibídem).

Segundo: ¿cómo hablamos de los demás? “Esfuércense porque una palabra indecente jamás se escape de sus labios, porque aún si no dicen algo con malas intenciones, quienes los escuchan pueden percibir lo que dicen de otra manera". Cuando nuestro corazón se llena de maldad o de rencor o intrigas, nuestras lenguas ya no son dulces como las de las abejas, sino que "se parecen más a avispas que se juntan para alimentarse de podredumbre" (Parte III, capítulo 27).

Tercero: ¿cuán equilibrada es nuestra conversación? “Me parece que debemos evitar los dos extremos", dijo San Francisco de Sales. “Ser demasiado reservados y rehusarse a participar en conversaciones puede parecerles a algunas personas como una falta de confianza en los demás o como un desprecio. Por otra parte, andar siempre murmurando o bromeando sin darles a los demás el tiempo y la oportunidad de hablar cuando quieren hacerlo es una señal de superficialidad y frivolidad" (Parte III, capítulo 30).

¿Qué les dicen el contenido y el tono de nuestras palabras a los demás?