Quinto Domingo en el Tiempo Ordinario (Febrero 4 de 2018)

El Evangelio de hoy nos cuenta que en medio de tantas ocupaciones, incluso Jesús se veía en la necesidad de encontrar un espacio silencioso donde pudiese orar. San Francisco de Sales también hace énfasis en la importancia de poner en práctica la oración mental, al tiempo que nos ocupamos de cumplir con nuestras labores diarias. Para ello nos aconseja que hagamos uso de un método que es breve y simple:

Yo les recomiendo especialmente que pongan en práctica la oración del corazón. Tomen un momento cada día, preferiblemente y de ser posible temprano en la mañana, ya que a esa hora la mente está menos distraía y despejada después del descanso de la noche. Preséntense ante Dios. Recuerden que EL se halla presente de manera muy especial dentro de sus corazones, en el centro mismo de su espíritu. No se afanen por tratar de decir muchas cosas, simplemente hablen con el corazón. Un solo Padre Nuestro que oremos con verdadero sentimiento vale mucho más que si repetimos varias oraciones mecánicamente y a prisa. No se preocupen si no pueden terminar la oración que han empezado a decir en voz alta. Una vez que sus ojos se enfoquen en Jesucristo durante la meditación, todo su ser se llenará de EL. Entonces aprenderán de Su manera de ser, y moldearán sus actos en base al ejemplo que EL les ha dado.

Durante la meditación traten de seleccionar algunos de los pensamientos que hayan tenido y que más les hayan gustado, o que sientan que mejor se adaptan a su propósito de convertirse en mejores personas. Reflexionen sobre estos pensamientos con frecuencia a lo largo del día. Adopten decisiones puntuales con el fin de rectificar sus actitudes. Durante el transcurso del día, y con sumo cuidado, busquen oportunidades, pequeñas o grandes, que les permitan poner en práctica las resoluciones que han establecido. La oración ilumina nuestra mente con el resplandor de la luz de Dios, y expone a la calidez de Su amor celestial nuestra habilidad para tomar decisiones. Nada más efectivo que el amor de Dios para purificar nuestros pensamientos de la ignorancia y de nuestra obstinación por los afectos desordenados. La meditación hace que todos los buenos deseos que germinan en nosotros crezcan y florezcan, y nos ayuda a saciar las pasiones excesivas que se despiertan en nuestros corazones. Cuando nos acercamos a nuestro Salvador a través de la meditación y obedecemos Su palabra, sus actos y sus afectos, por SU gracia aprendemos a hablar, a actuar y a lograr que nuestra voluntad se asemeje a la suya.

(San Francisco de Sales, Introducción a la Vida Devota)