QUINTO DOMINGO EN EL TIEMPO ORDINARIO (Febrero 5 de 2017)

QUINTO DOMINGO EN EL TIEMPO ORDINARIO (Febrero 5 de 2017)

Enfasis Sugerido

“Ustedes son la sal de la tierra. Ustedes son la luz del mundo”

Perspectiva Salesiana

Jesús proclama a todo el que desea seguirlo, que ellos deben ser la luz del mundo y la sal de la tierra. Estas imágenes son muy poderosas, tan poderosas hoy como cuando Cristo las pronunció por primera vez. Para quienes han sido discípulos a través del tiempo y en varios lugares, estas imágenes significan mucho más que un elogio a sus egos. No, para ellos significan un reto constante a que se atrevan a convertirse para Dios, y para los demás, en lo que Jesús mismo estuvo tan claramente dispuesto a ser.

Ser una luz para el mundo significa iluminar a los demás con la verdad y la misericordia de Dios. De igual manera, esa misma luz debe dejar al descubierto los pecados del orgullo, la envidia, la maldad, la indiferencia, la injusticia, y todo aquello que nos impide ver la divina verdad y misericordia que Cristo ha obtenido para nosotros. En la medida en que el pecado es todo aquello que nos impide ver en nosotros, y en los demás, la luz y el amor de Jesucristo, una vez sacamos a relucir ese pecado, no solamente nos estamos liberando de la oscuridad, sino que esto también nos dará una mayor capacidad para obrar de buena forma, de forma vigorizante.

En la luz de Jesús observamos la fuente de toda luz. Podemos ver el amor creativo del Padre; podemos recibir el amor redentor de Jesús; podemos experimentar el amor inspirador del Espíritu. Aun así, no es suficiente dejar que esa luz brille sólo para los demás: también debemos permitir que esa luz penetre e impregne cada fibra de nuestro ser. El estímulo más grande que podemos ofrecer a los demás, es cuando les demostramos como la luz que Dios nos ha otorgado nos está, de hecho y primordialmente, transformando a nosotros.

Ser la sal quiere decir aceptar el hecho de que nuestros esfuerzos – o la falta de esfuerzos – por seguir a Cristo, tienen un impacto directo en los demás, aún si nosotros somos conscientes o no de ese hecho. Hay ocasiones en nuestra vida en que perdemos el gusto por Dios y/o por las cosas de Dios: frecuentemente esto queda evidenciado en nuestros sentimientos de incompetencia, y/o en nuestra indiferencia por la práctica de las virtudes. Todos tenemos momentos en que nos sentimos tentados a creer que los esfuerzos que hacemos a diario por seguir a Cristo simplemente no tienen ningún tipo de incidencia positiva en las vidas de los demás, y mucho menos en el plan general de Dios para la salvación. Aun así, a diferencia de la sal, nosotros podemos recobrar el gusto por las obras buenas y correctas por medio de la oración, los sacramentos, y quizás aún mejor, si redoblamos – e incluso triplicamos- nuestro empeño por poner en práctica esas mismas virtudes las cuales estamos tentados a dejar a un lado.

Cuando sintamos la tentación de cuestionar nuestra eficacia como testigos del poder y la promesa del amor creativo, redentor, inspirador, sanador y desafiante de Dios en nuestra vida diaria e imperfecta, busquemos consuelo y ánimo en una verdad que es tan cierta para la luz como para la sal: que incluso la cantidad más pequeña de ambas nos alcanza para hacer mucho.

El Padre Michael S. Murray, OSFS es el Director Principal del Centro Espiritual De Sales.