Décimo Séptimo Domingo en el Tiempo Ordinario (Julio 28, 2019)

Décimo Séptimo Domingo en el Tiempo Ordinario (Julio 28, 2019)

Las lecturas de hoy nos urgen a que oremos diariamente cada vez que sintamos verdadera necesidad de Dios, ya que El desea satisfacer nuestras necesidades. He aquí algunos de las muchas reflexiones de San Francisco de Sales respecto a la oración:

Nuestro buen Amo claramente nos enseña, a través del Padre Nuestro, que primero debemos orar para que Dios sea reconocido y venerado por todos. Seguidamente, debemos pedir por eso que es fundamental para nosotros, la llegada del Reino de Dios. El Reino es el principio y el fin de nuestra existencia. Todos deseamos habitar en el cielo. Paso seguido, oramos para que se haga la voluntad de Dios. Una vez hayamos hecho estas peticiones Nuestro Señor deja en claro que debemos orar por el pan de cada día, todos los días.

Durante la oración Dios entra en el jardín de nuestra alma y siembra allí el amor divino. Con el tiempo, a medida que vamos cultivando, por medio de la oración, lo que Dios ha plantado en nuestros corazones, vamos también adquiriendo confianza en la evolución de nuestra amistad con EL. Nuestra amistad florecerá de forma tan entrañable, que incluso podremos pedir a Dios que nos otorgue todo lo que deseamos. Entonces, del mismo modo en que alabamos a Dios en la oración, también le pedimos por todo aquello que es bueno. Podemos pedir cualquier cosa a Dios, con la única condición que aquello que pidamos sea conforme a Su voluntad, y enaltezca Su gloria.

Durante la oración Dios nos otorga todos los buenos pensamientos que necesitamos para poder alcanzar la plenitud. La oración nos enseña cómo llevar a cabo cada una de nuestras acciones correctamente. Cada acción llevada a cabo por aquellos que veneran a Dios, es una oración continua. Quienes dan limosnas, visitan a los enfermos, y ponen en práctica las buenas obras, están orando. Ellos son voces que alaban a Dios con sus buenas obras.

El objetivo de la oración es desear solamente a Dios. Nuestro Salvador desea sembrar en nosotros abundante gracia y bendiciones, e incluso Su corazón, completamente encendido y ardiendo con un amor incomparable por nosotros. Confesemos a Dios nuestros deseos cuando estemos en presencia Suya, para que El pueda transformarnos totalmente en Si Mismo. ¿Cómo no abrir nuestros corazones durante la oración, para permitir que el Espíritu Santo pueda inundarlo de amor divino?

(Adaptación de los Escritos de San Francisco de Sales)