Décimo Sexto Domingo en el Tiempo Ordinario (22 de julio de 2018)

Décimo Sexto Domingo en el Tiempo Ordinario (22 de julio de 2018)

Las lecturas de hoy nos recuerdan que nuestro Dios es un Dios compasivo. San Francisco de Sales frecuentemente hace énfasis en el cuidado amoroso de Dios, especialmente en la adversidad:

Nuestro Dios es el Dios del corazón humano. Cuando nuestro corazón está en peligro, solamente Él puede salvarlo y protegerlo. Así como Dios es el creador de todo cuanto nos rodea, Él mismo se encarga de protegerlo todo. Él sustenta y abarca toda la creación. En consecuencia, Su deseo es que todas las cosas sean buenas y hermosas. Es por esto que debemos tener la certeza que Dios vela por nuestros intereses, incluso en la adversidad. Las razones por las cuales debemos enfrentar ciertas pruebas no siempre nos resultan claras; debemos admitir sin embargo, que algunas veces nosotros mismos somos la causa de nuestros problemas.

Aun cuando es importante que seamos cuidadosos y que estemos atentos a todas aquellas cosas que Dios ha encomendado a nuestro cuidado, no debemos dejarnos llevar por la ansiedad, la incomodidad, ni tampoco debemos precipitarnos. La preocupación nubla la razón y el buen juicio, y nos impide hacer bien precisamente esas cosas que tanto nos inquietan. Las lluvias hacen que los campos abiertos den frutos, pero las inundaciones arruinan los campos y las praderas.

Así pues, asuman todos sus asuntos con la mente en calma y de manera ordenada, cada uno a su tiempo. Si intentan lograr todo al mismo tiempo, o de manera desordenada, su espíritu se sobrecargará y se deprimirá tanto que seguramente quedarán hundidos bajo el peso de la carga, y no lograrán llevar nada a buen término. En todos sus asuntos, deben luchar en paz y cumplir con el plan que Dios ha trazado para ustedes.

Dios nos provee una gran abundancia de medios apropiados para que podamos alcanzar la salvación. Por medio de una inyección maravillosa de la gracia de Dios en nuestros corazones, el Espíritu hace que nuestras obras se conviertan en obras de Dios. Nuestros buenos trabajos, como un pequeño grano de mostaza, tienen vigor y virtud para hacer un gran bien, ya que proceden del Espíritu de Jesús. Ustedes pueden estar seguros de que si confían firmemente en el amor compasivo de Dios, y en Su preocupación por nosotros, el éxito que tendrán de sus trabajos siempre será útil tanto para ustedes como para la comunidad creyente.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, Tratado del Amor de Dios, Introducción a la Vida Devota).