Tercer Domingo de la Cuaresma (Marzo 19 de 2017)

Tercer Domingo de la Cuaresma (Marzo 19 de 2017)

Las lecturas para hoy nos hablan de los catecúmenos. Moisés experimenta una fe más profunda en la Palabra de Dios. La mujer samaritana experimenta una nueva vida en Cristo. San Francisco de Sales anota: Hay dos vidas completamente diferentes que está representadas en nosotros: La “antigua vida” y la “nueva vida”. En la “antigua vida” nosotros vivimos de acuerdo a las culpas y padecimientos que hemos contraído como resultado de nuestra condición y cultura humana. Somos como el águila que arrastra sus plumas viejas por el piso, incapaz de alzar el vuelo. Si deseamos entrar a la “nueva vida”, debemos liberarnos de la antigua vida, ‘sepultándola en las aguas del sagrado bautismo y la penitencia”.

En la “nueva vida” vivimos en base al amor, el favor, y la voluntad de nuestro Salvador. Nuestra nueva vida en Cristo nos sana y nos redime. Es vida, vívida, y vivificante. Nos da la capacidad de remontarnos por los aires porque estamos “vivos para Dios y en Jesucristo nuestro Señor”. Nuestra nueva vida también es como el águila, que una vez se ha despojado de sus plumas viejas, adquiere plumas nuevas. Rejuvenecida por el crecimiento de sus nuevas plumas vuela con gran poderío. Desafortunadamente, existen tiernas almas, recién nacidas de entre las cenizas de la penitencia, que experimentan gran dificultad para volar por el aire libre del amor sagrado. Aún cuando viven, animadas, aladas por el amor, puede que sigan conservando dentro de sí ciertos hábitos propios de su antigua vida. Durante nuestro paso transitorio por este mundo podemos inclinarnos por el amor sagrado, o por los amores inútiles.

Cuando escogemos dedicarnos a perseguir amores inútiles, nos volvemos titubeamos en nuestra decisión de servir a Nuestro Señor. Esto es normal. Cuando ofendemos a un amigo es normal sentirnos avergonzados. Pero jamás debemos vivir en la vergüenza. Nuestro proceso de maduración en el amor divino es tal, que siempre queda una apertura para los asaltos de otros objetos y aparentes beneficios. El motivo por el cual experimentamos inseguridad para encomendarnos a Dios en nuestra fragilidad, es para que podamos arrojarnos, con más fuerza aún, a Sus brazos misericordiosos. Debemos tener coraje para descartar la antigua vida. Afiancemos nuestra confianza para así poder vivir una nueva vida en Jesucristo, quien desea profundizar nuestro amor para que podamos ser eternamente amorosos.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)