Segundo Domingo en el Tiempo Ordinario (Enero 15, 2017)

Segundo Domingo en el Tiempo Ordinario (Enero 15, 2017)

En el Evangelio de hoy, el testimonio que ofrece Juan Bautista declara que Jesús, el Hijo de Dios, viene a erradicar el pecado del mundo. San Francisco de Sales ofrece las siguientes palabras al respecto:

Juan Bautista aceptó y proclamó a Jesús como el Hijo de Dios. Hubo personas que se negaron a reconocer a Jesús como el Salvador. Juan Bautista fue un hombre de gran humildad. El primer paso para alcanzar la humildad es que no pretendamos que se nos estime, o se nos idealice, por lo que no somos. Juan Bautista rechazó todos los honores y títulos que se le ofrecieron. El pudo haber enfocado la atención en sí mismo, pero por el contrario, reconoció a Jesús como el Redentor, y se encargó de encaminar a los demás hacia El.

Ahora bien, el éxito puede ser algo excelente: si lo disfrutamos y nos regocijamos en él porque glorifica a Dios, quien es el autor de todos nuestros logros. Aún así, el éxito y la ambición, ambos tienen la capacidad de seducir el corazón humano. Desafortunadamente nuestra naturaleza siempre se muestra demasiado ansiosa por atraer todo aquello que le represente un beneficio. Las personas siempre buscan erigir ídolos e imágenes las cuales consideran dioses ¿Cuántos de nosotros nos dejamos deslumbrar por cosas mundanas como la elegancia, el prestigio, la superioridad y la celebridad? En ese sentido nuestra forma de actuar es completamente diferente a la de Juan Bautista. Su espíritu sobrepasaba el espíritu de nuestro tiempo. Caminando por la senda de la humildad, Juan Bautista aceptó la grandeza de Nuestro Señor, y reconoció su dependencia en el Hijo de Dios como su guía.

Juan Bautista se rehusó a dejarse llevar por la vanidad. Padeció el martirio como verdadero amante de la verdad que era. Aún cuando nosotros no hemos sido llamados a ser mártires, debemos tener coraje para sufrir y pelear sobre todo en aquellos momentos en que las pequeñas tentaciones nos asechan. Si deseamos hacerle frente al mal, primero debemos armarnos con suficiente humildad para reconocer nuestra dependencia en la grandeza y la bondad de Dios. Si deseamos madurar en el amor divino, primero comencemos por imitar a Juan Bautista, aceptando al Amo de la verdad y la bondad en nuestros corazones. Una vez hayamos logrado esto, entonces podremos guiar a los demás en dirección a Nuestro Salvador: La luz de todas las naciones.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, específicamente los Sermones, Fiorelli, ed.)