Decimosegundo Domingo en el Tiempo Ordinario (Septiembre 1, 2019)

Decimosegundo Domingo en el Tiempo Ordinario (Septiembre 1, 2019)

Las lecturas de hoy nos enseñan que la humildad y la generosidad son valores que nos otorgaran la vida eterna. He aquí algunos de los pensamientos de San Francisco de Sales sobre estas virtudes, que se hacen presentes en varios de sus escritos:

La humildad es completamente generosa, y hace que asumamos todas las tareas que se nos han encomendado armados de un coraje invencible. Cuando somos humildes nos sobra la valentía, porque estamos depositando toda nuestra confianza en Dios en vez de en nosotros mismos. Al mismo tiempo la confianza en Dios da origen a un espíritu generoso en nosotros.

Nuestro generoso corazón puede estar lleno de dudas sobre nuestra propia capacidad de realizar cualquier cosa. Pero no debemos quedarnos sumidos en esas dudas, sino que debemos seguir haciendo aquellas cosas que sabemos que van a complacer a Dios. Cuando realizamos una labor nuestras dudas emergen porque valoramos en gran medida nuestra reputación. Deseamos ser maestros que jamás cometen un error. Pero son nuestras amadas imperfecciones las que nos obligan a reconocer nuestras deficiencias, y hacen que pongamos en práctica nuestra humildad, el amor sacrificado, la paciencia, y la vigilancia. A la final, los procesos que vivimos en medio del dolor engrandecen nuestro corazón e incrementan nuestro coraje. Dios siempre se complace en poder levantarnos cuando nos encontramos débiles.

No debemos preocuparnos si nos damos cuenta que aún somos novatos a la hora de poner las virtudes en práctica. La totalidad de nuestra existencia está destinada a un proceso de aprendizaje sobre cómo amar de forma divina. Nuestra obligación de servir a Dios, y de avanzar por la senda del amor a Dios, continuará hasta el día de nuestra muerte. Si bien es cierto que Dios nos ha encomendado que hagamos todo lo posible por adquirir las virtudes sagradas, nuestra labor es cultivar nuestras almas de manera correcta. Por lo tanto debemos cuidar de ellas fielmente. Pero en lo que se refiere a cultivos y cosechas abundantes, dejemos que sea nuestro Señor quien se encargue de ellos. El labriego jamás será culpado por no haber tenido una buena cosecha, a menos que no haya labrado o sembrado sus tierras con el cuidado necesario. Por lo tanto avancemos con paciencia, y en lugar de molestarnos por haber conseguido un mínimo progreso en el pasado, tratemos de ser más diligentes para así obtener mayores resultados en el futuro.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)